Debo pedir disculpas por este escrito, no es muy bueno pero es un sueño que reclamaba ser transcrito. Así que por mi integridad psicológica lo publico, espero lo soporten.
C. D.V.
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Cuando nací era un diminuto ser humano, una masa informe de de piel, de carne, de gritos… un ser humano como todos los demás. Para diferenciarme me han regalado un nombre, un suspiro del alma de quienes me crearon; me regalaron con el nombre un alma.
1:17 am. Hoy me siento a pensar sobre cómo he llegado hasta este lugar frío, en el que las causas de sonrisas apenas me arrancan una mirada triste, un lugar en dónde dibujar en mis labios un simple arco se vuelve dificil a pesar de ser feliz…
Cuando era niño en una tienda me cautivó un reloj de bolsillo, un reloj plateado, un reloj que me imaginaba me haría recordar cuanto tiempo tengo vivo y cuantos segundos quedan para seguir sonriendo antes de que caiga el sol y con él mis párpados.
1:19 am. La melancolía parece no dormir. En las serenatas nocturnas de sonidos ininteligibles, se esconden murmullos de duendes que se burlan de mi soledad. En las lágrimas ajenas de los niños se refleja la nostalgia propia de los tiempos en que contábamos segundos para ser feliz. Hoy la melancolía no duerme y no deja dormir.
Cuando era un poco más viejo, pero joven aún, pasaba por la tienda de antigüedades en busca de libros interesantes de reventa o de algún artefacto en desuso que me pudiera llamar la atención. Una de esas tardes de junio, en las cuales solía caminar sin algún destino, paseaba por las fantasiosas imágenes de mi cabeza dándole vueltas al asunto que más tiempo me había consumido en los últimos días: ser tan grande o tan pequeño como para desaparecer.
Cuando recobré la noción de que existo en un mundo material y no sólo en mis fantasías, me encontraba frente la vitrina de la tienda de antigüedades. Me había perdido tanto de mí que una parte existía en el reflejo de un reloj como el que había visto cuando era niño, un reloj de bolsillo con una cadenilla fina; y mi otra parte seguía pensando en cómo desaparecer.
1:23 am. Los minutos son lentos cuando se espera. A veces siento como si me mantuviera en una espera constante de algo, de algo muy malo, casi tan malo como la muerte sólo que sin la ventaja de dejar de existir, de sufrir. A veces me siento como ajeno a las decisiones de mi propia vida y me parece verme actuando como un elemento ajeno a mí, un elemento que se desdobla de mí y que tiene conciencia propia, una conciencia que también es mía pero ajena. A veces también llego a sentir que no soy parte importante de las decisiones que me afectarán, que cualquiera de mis dos conciencias y sus respectivas acciones son simplemente espectadores de lo que me hará daño, que me siento a esperar el futuro amordazado, con las manos atadas en la espalda y un cuchillo tambaleándose sobre mi cuello. Un cuchillo afilado con decisiones propiamente ajenas, indeciso de caer o no sobre mí; un cuchillo que se tambalea de aquí para allá, de allá de vuelta a acá…
-Señor, es este reloj lo que deseo, no quiero ninguna otra cosa de su tienda. Yo soy un cliente que frecuenta este lugar y quiero saber porqué se rehúsa a vendermelo.
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-No me parecen nada coherentes sus argumentos. Yo deseo ese reloj y entregaría hasta mi alma por él
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-No importa, yo exijo ese derecho a comprarlo…
1:27 am. a veces creo que es mejor que el cuchillo me desangre. Así se acaba la angustia de esperar una muerte tan violenta. Pero luego pienso que en realidad ese cuchillo propio ajeno no existe, que es una invención mía, una creación metafórica sobre la angustia que tampoco existe y que me invento sólo porque la melancolía tiene insomnio y yo soy su forma de matar el tiempo. ¡De matar el tiempo! Cuidado y no me mata a mí antes que al tiempo. Por eso me da cuchillos falsos para que me mate.
1:33 am. Las manecillas bailan un tango húmedo de silencio con los retazos del alma, con aquellos retazos que quedan luego de que ha sido mordida por la Luna.
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Continúa…
C. del Valle