Tuesday, March 16, 2010

Esquinas solitarias


En la esquina, la niña esperaba el autobus acompañada de los extraños, de la media oscuridad y de las luces que ocasionalmente se cruzaban a toda velocidad. Boina y traje gris. Pequeña, morena y siempre tan delgada. Sus lentes (un detalle nuevo) eran simpáticamente redondos. En la esquina, al final de la fila. La niña, la joven, quizá hoy una mujer pero una niña al fin.

Del otro lado de la cuadra se acercaba, de traje a cuadros y cabizbajo como de costumbre, el señor F.; sin prisa y distraído en la absurda plática cotidiana sobre las nimiedades del trabajo.

-Quieren que uno piense por ellos, es increíble. Ayer me preguntaron cómo poner la alarma del teléfono; del aparato, no del servicio...

La poca luz de la esquina y sus obsoletos anteojos no dejaban a el señor F. distinguir con claridad esa silueta pequeña y delgada que resalta al final de la fila del bus, no le tomó importancia y continuó con la pereza y desgano de los que han tenido una larga semana de trabajo.

Pero conforme avanza esa silueta delgada va ganando su atención; sí, es una chica que parece interesante, lleva un lindo traje gris, y sí, tiene una boina del mismo color. Hace tiempo que no veía a una chica usar una boina como esa por la calle, no puede ocultar su curiosidad y simpatía, a pesar de hacer el esfuerzo de no ser tan evidente. O quizá el esfuerzo que hacía era por mirarla a pesar de una extraña timidez, ¿qué pasaría si él la examinara descaradamente? ¿si ella notaba su curiosidad, cómo podría responder?.

Mientras más se acercaba la observaba a ratos, a ratos al suelo, a ratos a sus acompañantes en la conversación monótona sobre el trabajo y de nuevo a la chica de la boina.

Pero al final, su disimulo fue evidente para la chica, o quizá ella también le miraba con curiosidad y disimulo (un saco de cuadros no es tan difícil de notar); porque en una mirada tímida y curiosa se encontraron con la mirada del otro. Sin definirse entre emoción, sorpresa o vergüenza por ser atrapada en su maniobra de observación, la niña de la boina lanzó un extraño, largo y acentuado saludo...

-adios... -mientras recontruía sus gestos en una sonrisa, inclinaba la cabeza y trataba de sostener la mirada de él.

El señor F. no supo que hacer. La conocía, claro que la conocía. Era ella, muchos años, caminos y tropiezos después; esa silueta que le llamó la atención de lejos era la ella. Era la misma que conoció hace tanto tiempo, distinta, pero era la misma. Sintió de pronto que cargaba muchas piedras en la historia que tuvieron, sintió los enmohecidos miedos de cuando se conocieron, sintió el escalofrío de no saber cómo explicar su historia, y de no poder entender la de ella. Prefirió dudar de su visión, continuar de frente como si la conversación sobre el trabajo fuera más importante que detenerse a saludar desconocidos y, a falta de palabras, balbuceó lo primero que pudo...

-¿Todo bien?... -mientras continuaba su camino, agachando la cabeza como en complacida reverencia, disimulando que se le tensaban los músculos por todo el cuerpo y transformando su desconcierto en una sonrisa amistosa...

Cuando el señor F. ya estuvo en el autobus rumbo a su casa, pasó frente a la esquina donde se vieron unos minutos antes. Había escogido el asiento de la ventana que diera hacia esa acera, pero esa esquina ya se había quedado sola. Otra vez. Sólo quedaron muchas dudas sobre la vida de los otros, muchas otras sobre la vida propia y las ganas de escribir algo como esto.

CDV