Tuesday, May 04, 2010

Oraciones nocturnas

-Porque sí Camila, te he dicho mil veces que lo diré un única vez: las sombras animadas besan la palma marchita que creció en tu playa abandonada por las caracolas que suplantan a las gaviotas que huyeron por la orilla de las escarpadas siluetas que imponían el más inquieto silencio al visitante ocasional que no volvía por culpa de la desafiante soledad de las pasajeras tardes de veranos disecados por los caprichos de un travieso sol que disfrutó hasta la muerte de proyectar sombras animadas que aprendieron a besar.

-Dormite ya Carlos, me preocupa tu salud.

Tuesday, March 16, 2010

Esquinas solitarias


En la esquina, la niña esperaba el autobus acompañada de los extraños, de la media oscuridad y de las luces que ocasionalmente se cruzaban a toda velocidad. Boina y traje gris. Pequeña, morena y siempre tan delgada. Sus lentes (un detalle nuevo) eran simpáticamente redondos. En la esquina, al final de la fila. La niña, la joven, quizá hoy una mujer pero una niña al fin.

Del otro lado de la cuadra se acercaba, de traje a cuadros y cabizbajo como de costumbre, el señor F.; sin prisa y distraído en la absurda plática cotidiana sobre las nimiedades del trabajo.

-Quieren que uno piense por ellos, es increíble. Ayer me preguntaron cómo poner la alarma del teléfono; del aparato, no del servicio...

La poca luz de la esquina y sus obsoletos anteojos no dejaban a el señor F. distinguir con claridad esa silueta pequeña y delgada que resalta al final de la fila del bus, no le tomó importancia y continuó con la pereza y desgano de los que han tenido una larga semana de trabajo.

Pero conforme avanza esa silueta delgada va ganando su atención; sí, es una chica que parece interesante, lleva un lindo traje gris, y sí, tiene una boina del mismo color. Hace tiempo que no veía a una chica usar una boina como esa por la calle, no puede ocultar su curiosidad y simpatía, a pesar de hacer el esfuerzo de no ser tan evidente. O quizá el esfuerzo que hacía era por mirarla a pesar de una extraña timidez, ¿qué pasaría si él la examinara descaradamente? ¿si ella notaba su curiosidad, cómo podría responder?.

Mientras más se acercaba la observaba a ratos, a ratos al suelo, a ratos a sus acompañantes en la conversación monótona sobre el trabajo y de nuevo a la chica de la boina.

Pero al final, su disimulo fue evidente para la chica, o quizá ella también le miraba con curiosidad y disimulo (un saco de cuadros no es tan difícil de notar); porque en una mirada tímida y curiosa se encontraron con la mirada del otro. Sin definirse entre emoción, sorpresa o vergüenza por ser atrapada en su maniobra de observación, la niña de la boina lanzó un extraño, largo y acentuado saludo...

-adios... -mientras recontruía sus gestos en una sonrisa, inclinaba la cabeza y trataba de sostener la mirada de él.

El señor F. no supo que hacer. La conocía, claro que la conocía. Era ella, muchos años, caminos y tropiezos después; esa silueta que le llamó la atención de lejos era la ella. Era la misma que conoció hace tanto tiempo, distinta, pero era la misma. Sintió de pronto que cargaba muchas piedras en la historia que tuvieron, sintió los enmohecidos miedos de cuando se conocieron, sintió el escalofrío de no saber cómo explicar su historia, y de no poder entender la de ella. Prefirió dudar de su visión, continuar de frente como si la conversación sobre el trabajo fuera más importante que detenerse a saludar desconocidos y, a falta de palabras, balbuceó lo primero que pudo...

-¿Todo bien?... -mientras continuaba su camino, agachando la cabeza como en complacida reverencia, disimulando que se le tensaban los músculos por todo el cuerpo y transformando su desconcierto en una sonrisa amistosa...

Cuando el señor F. ya estuvo en el autobus rumbo a su casa, pasó frente a la esquina donde se vieron unos minutos antes. Había escogido el asiento de la ventana que diera hacia esa acera, pero esa esquina ya se había quedado sola. Otra vez. Sólo quedaron muchas dudas sobre la vida de los otros, muchas otras sobre la vida propia y las ganas de escribir algo como esto.

CDV

Sunday, February 07, 2010

Para comprender tu historia...

Autobiográfico, quizá por ello menos interesante.
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¿En dónde estará?- se preguntó conmovido-, si veinte años es nada cinco son un segundo.

Aferrado a este pensamiento voló por la ciudad hasta la vieja casa de juventudes, listo para entregarle el brazalete que nunca se atrevió. El aire del lugar le resultaba un poco incomodo, pues tenía aquella vieja familiaridad que causa un leve mareo, y luego la resurrección de pensamientos antiguos. Mareo, hormigueo desteñido y mal curado.

De traje entero y perfumado, el joven F. llegó frente la puerta de la casa con la cajita negra del brazalete en la mano. Al encuentro le viene un zaguatillo, rabo de chilillo, dientes no más gruesos que el conjunto del hocico. Furioso, con la valentía que sólo los animales de origen desconocido conocen, se acerca con escandaloso ladrido.

Frente a frente, de igual a igual, dos seres que desconocen su origen se enfrentan ahora en silencio. Como si reconocieran en el rival la esencia propia.

El ritual dura poco, pues tímidamente se asoma a la puerta de la casa una niña pequeña que con su bella inocencia capta la atención de ambos. El perro menea la cola y regresa a la casa al lado de la pequeña, mientras que desconcertado, el joven F. intenta descifrar la familiaridad de ese rostro.

Tras la niña se asoma una mujer ya mayor, al menos en apariencia, con otro niño en brazos. Se asoma y detrás de los llantos de su hijo y de nuevos ladridos del perro, intenta que se le escuche su voz enmohecida.

¿Qué se le ofrece?-preguntó.

Al joven F. no le resulta nada cómoda la pregunta, el mismo se la formuló cuando llegó ahí, cuando respiró ese aire, en el silencioso enfrentamiento con el rabo-chilillo, en los ojos temblorosos y la cara curtida de la niña. ¿Qué se me ofrece, qué busco de todo esto, qué hago aquí?

Le pareció que no era a él a quien le pasó todo esto, quién dijo que estaba ahí para hablar con ella, no podía recordar que en efecto él había sido quien entraba a esa casa luego de años, que hablaba con ella de sus viajes, de sus desventuras, de los ratos felices con otras personas y de cuánto anheló por fin estar ahí y entregarle ese brazalete que guardó por años en sus distintos armarios, sólo para ella.

En efecto, no fué a él a quien le sucedió. El hechizo de su imaginación se rompió cuando ella de alegó que en esa casa eran protestantes, que no aceptaban proselitismo religioso de otras creencias; y cuando sacó el brazalete de inmediato le replicó que peor aún si era para vender joyería barata, pues ella no tenía tiempo ni dinero, y su marido vendría pronto y no le gustaba que hablara con extraños, así que era mejor que se fuera, porque...

En fin, eso sucede cuando uno trata de revivir muertos. No se puede cosechar lo que pudo haber sido y no fue en su momento. No se puede, y a veces cuesta comprenderlo.