Sunday, November 15, 2015

El caso de la chica de Lima (12)

Llamé a Alberto esa noche. "Cabrón, ¿dónde está?". Al otro lado de la línea, me contestaba con voz ronca y un tanto entrecortada, ganando la batalla por sus cuerdas vocales al sueño, logró articular una frase completa y coherente "¿Qué pasó? Son las 3 de la mañana".

Media hora después, estábamos en el bar de la esquina en el centro. Realmente era un café de los que atienden veinticuatro horas y venden cerveza, cerca del parque de las palomas.

La noche se mantenía fresca, con un viento que empezaba a anunciar la llegada de diciembre, mientras que por el día aún las lluvias recordaban que el tardío invierno de este año se negaba a renunciar fácilmente.

-Contame, entonces ¿Qué sucede?

-Si yo supiera, no estaríamos acá.

-¿Me llamaste para jugar a los acertijos conmigo?

-No, no. En realidad no sé ni porqué te llamé. Era el único número que me sabía de memoria.

Tomamos un café. Luego siete cervezas para mí y cinco whiskys para él. En algún momento debimos salir y terminé frente a mi casa viendo amanecer.

Intenté abrir la puerta, pero la llave se me resistía. Desde adentro, giraron el mecanismo de la puerta y empujé para abrirla. La niña de abrigo azul corduroy estaba en el sillón leyendo.

Ya no tengo un balcón, ni una sala grande, entonces ella pasa más tiempo leyendo o meditando.

La saludé como de costumbre y como de costumbre no levantó ni la mirada. Caminé hasta la cocina y me preparé un café, mientras le comentaba la última anécdota de Alberto. a sabiendas que no me pondría atención.

Me serví una taza del café y encendí un cigarro, mientras me sentaba en el otro puesto. Ella seguía leyendo, sin prestar atención a ninguno de mis movimientos.

Me quedé dormido sin acabar el café.

-No puedo confiar en nadie. Creo que ni siquiera puedo querer a nadie.

Me despertó una llamada anónima y aún no sé si soñé o si era real la voz que me decía dos frases por el teléfono.

Me invadió el vacío, desde adentro sentí como si fuera una gran bolsa de agua que explota y de golpe se vacía. Luego el silencio. Miro el reloj en la pared y ya son las siete de la noche.

Me calzo el sombrero para la lluvia y tomo mi paraguas, mientras busco los pocos cigarros que me quedan en el bolsillo para salir de nuevo sin rumbo cierto.

Monday, June 15, 2015

Somnolencia


La mañana era fría y las nubes oscurecían el cielo. La sensación húmeda del invierno había invadido la casa. Yo leía en el sillón de tres plazas de la sala, acostado a lo largo y apoyando la cabeza en el descansabrazos. El cielo se oscureció aún más llevándose la claridad que iluminaba mi lectura, así que bajé el libro y lo dejé sobre mi pecho. Mirando hacia arriba, los párpados se me empezaron a cerrar, y el sueño reclamó con vehemencia que me abandonara a sus deseos.

“Una siesta de media mañana no le puede hacer mal a nadie”, pensé. Sobre todo con este clima tan frío, una siesta debería ayudarme a reponer energías para el medio día. Así que sin pensar más me dejé arrastrar, me abandoné y dejé llevar por esos pasajes laberínticos, fuera de control, que son los sueños.

Dormía en mi sillón, tranquilamente. Podía ver la leve claridad que se filtra a través de los párpados cerrados. Sentía la posición de mi cuerpo sobre el sofá, durmiendo de lado y mi pie derecho sobresaliendo. Podía sentir los cambios del clima, el vacío de la casa, el silencio de la mañana.

Pero algo una sensación empezó a incomodarme, percibía de pronto una presencia, como si la casa no estuviera vacía. Algo había aparecido en ella, algo deambulaba por la casa. No se ocultaba, no se escurría, era como si paseara por la casa, paseaba con cautela buscando algo.

Intenté alejar la sensación, pues pensé debía ser un invento de mi imaginación, tal vez una mala pasada de un sueño que apenas inicia. Cerré con más fuerza los párpados, pero la presencia se hacía más fuerte, más cercana.

Estaba ahí, frente a mí. Jadeante, con la lengua afuera y su boca húmeda de ansiedad. Un enorme perro negro, de pelo corto y brillante, salía del dormitorio y llegaba a la sala, me miraba, jadeaba y se acercaba más.

Yo no podía abrir los ojos, no podía moverme, pero el perro estaba ahí. Lo podía sentir en el ambiente, lo podía escuchar, lo podía ver sin abrir los ojos. Se acercaba, jadeaba más fuerte, olfateaba e iba dejando un rastro de baba que le escurría de su enorme lengua.

Caminó hasta el sofá, miró mi pie derecho sobresaliendo. Me miró desafiante a los ojos, que yo aún tenía cerrados, abrió lentamente su monstruosa mandíbula y con violencia cerró sus afilados dientes sobre el pulgar de mi pie.

Lo mordió una sola vez pero su mandíbula, cerrada como por un mecanismo de metal, se sacudía de lado a lado. Sus afilados dientes desgarraban mi carne, trituraban los huesos de mi dedo. Únicamente mi dedo le interesaba atacar, sólo un mordisco tenía autorizado realizar, pero ese único ataque le bastó.

Yo me retorcía en el interior por el dolor, mas no podía mover mi cuerpo. Cuando la bestia separó su inmundo hocico de mi pie y finalmente mis fuerzas regresaron. Me recogí sobre mi pierna y sostenía el lugar donde antes se encontraba mi dedo y mientras ahuyentaba al animal con la mano. Pero aún así no podía abrir los ojos, no quería mirar de todas maneras.

A la bestia no hacía falta ahuyentarla, el animal con su hocico cerrado se retiraba caminando hacia atrás, mirándome y saboreando la sangre mezclada con baba que le escurría entre los dientes.

El dolor era terriblemente intenso, me retorcía violentamente en el sofá mientras sostenía mi pie. Me retorcía hasta que desperté. Estaba en mi sofá, pero era un día claro, en otro sitio.

Era una casa extraña, y no recordaba cómo había llegado ahí. Inmediatamente recordé la escena del perro, de un salto aparté la sábana y palpé mi pie. Todo estaba intacto, mis dedos completos y sólo la sensación de un mal sueño.

La sala era blanca, y sus paredes brillaban por la luz que se filtra a través de las cortinas de un tergal aún más blanco. Caigo en cuenta que hay un comedor anaranjado frente al sofá y una chica sentada en una de las sillas me pregunta cómo estoy.

“Bien, bien. Estoy bien. Creo que tuve un mal sueño”, le contesto un tanto confundido, con la confianza de los amigos de muchos años. La casa es de ella al parecer, me quedé a dormir aquí, pero no recuerdo por qué.

Miré hacia la ventana y la claridad se hacía más fuerte, hasta el punto de lastimar las pupilas. Cubrí mis ojos con mis brazos para protegerme del golpe de luz y una fuerza arrolladora lo cubrió todo, empujándome al vacío.

Desperté. Estaba en mi casa, acostado sobre el sillón con el libro sobre el pecho y la cabeza en el descansabrazos. Recordé que acababa de soñar con un apartamento blanco, en donde a su vez soñé con un enorme perro negro que devoraba mi pie.



Automáticamente, pero sintiéndome tonto por hacerlo, me recogí para palpar mi pie. La primera sensación fue un charco tibio y viscoso en el sillón, detuve la mano. Me rehusaba a mirar y seguí palpando hasta donde antes estaba mi pie. Pero el dolor que causa el tocar un nervio en el hueso desnudo me hizo desmayar de inmediato.

Thursday, January 29, 2015

Crónicas de... (2)

‪162. Crónica de‬ martes: "Y traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta; porque este mi Mateo ha revivido; se había perdido, y es hallado. Este es mi perro amado en quien tengo complacencia"- dijo esto mientras Mateo se lanzaba a derribarlo y lamía su cara.

161. ‪Crónica de‬ miércoles:
-Lo que pasa es que llevás una vida disipada.
-No, siempre tapo la botella después de servirme.

160. ‪Crónica de‬ domingo sin Internet: Escucharon las señales en el cielo nocturno. Tres disparos, luces en el cerro.
Estaba escrito: Permaneced en vigila ante la venida del señor. Y así sucedió, llegaron en la noche el señor Jesús Pérez, su hijo y su 22 de tiro largo...

159. Crónica de‬ jueves: Audry Hepburn sigue ganando apuestas desde 1961.

‪158. Crónica de‬ jueves: "La noche que levantaron todas las prohibiciones, el caos se agitó al ritmo de la cumbia"

157. ‪Crónica de‬ un lunes increíblemente sobreviviente: para hablar y comer flores, hay que tener un hacha

156. ‪Crónica de‬ lunes: "Tras laberínticas paredes, escuché como Ariadna cortaba en 8 partes el hilo"

155. Crónica de‬ viernes ¿negro?: este año los yesos están al dos por uno

La justicia


La noche que Griselda y yo nos separamos, ella exigió la patria potestad de nuestro único ser vivo en común: un pequeño perro cuya suerte mejoró desde que lo rescatamos de la calle. La exigió con mucha propiedad, pues tenía la certeza que los culpables cedemos ante el peso de las faltas cometidas.

Seis meses después, tocaría mi puerta con el pequeño perro en mano y se iría para siempre de nuestras vidas. O eso creíamos hasta hace unos días, cuando luego de un par de años decidió reaparecer pero esta vez como un ente extraño y formal, que me escribe correos electrónicos para saber sobre nuestro divorcio.

Así que para el bien de todos y luego de mucha reflexión, decidí apersonarme al juzgado de familia, para exigir la conclusión de un largo proceso de recuperar mi soltería legal.

La tierra lejana y prohibida de los juzgados de familia, son quizá uno de los lugares del mundo donde más temor me da entrar. Llegué una tarde de enero a las puertas del enorme edificio donde reside en teoría la justicia. Las puertas de vidrio reflejaban un inusual clima frío en enero y la llovizna me empapaba los lentes.

Subí las escalinatas de la entrada del edificio y un oficial me miraba de reojo, con una gran escopeta en las manos. ¿Hacia dónde se dirige? Preguntó a secas. Repetí mecánicamente y sin un acento determinado lo que la abogada me dijo que repitiera “Soy parte en un proceso de divorcio, pero ya son más de seis meses y necesito saber porqué no se ha resuelto”.

No puso tanta atención a mis palabras como a examinarme de pies a cabeza, pero detuvo su mirada en el libro que llevaba en mis manos. “¿Usted lee eso? No me extraña que se hayan querido divorciar de usted. Pase y pregunte en la ventanilla de información”, y abriendo la puerta me metió casi a empujones dentro del edificio. Sentí como si la justicia me hubiera engullido.

Un poco desconcertado por las palabras del oficial, caminé hasta la ventanilla con un vistoso rótulo que decía INFORMACION. Detrás del escritorio, una joven atendía el teléfono y anotaba algo en un papel. Saludé amablemente pero sólo conseguí que me mirara de reojo, levantara la mano y me hiciera un gesto para que esperara. Pasaron quince minutos hasta que terminó la llamada y me miró directamente, pero con un gesto en la cara de pesadez. Le repetí la frase que aprendí sobre mi trámite, mientras ella también me analizaba de arriba abajo. “¿Cuál trámite?” dijo luego de una pausa, así que le repetí mi frase y sin dejarme terminar dijo “Segundo piso, mano izquierda… ¿Ese libro es suyo? No me extraña que esté en un proceso de divorcio” y sin prestarme más atención volvió a tomar el teléfono.

Para llegar al segundo piso, primero hay que pasar por un escáner de metales y dejar que el bolso sea inspeccionado con rayos X, cuestiones de la seguridad pues no vaya  a ser que algún sujeto con armas o explosivos quiera atentar contra la justicia. Así que me presenté ante el oficial encargado de las requisas, un tipo grande mal encarado y de bigote vacilón. “¿A dónde se dirige?” Nuevamente repetí mi frase y me interrumpió para pedir qué oficina me había indicado la recepcionista. Aclarado mi destino dentro de las entrañas del edificio de justicia, me pidió dejar todo objeto metálico y entregarle mi bolso para su respectiva inspección.

“¿Puede enseñarme lo que trae dentro del bolso?”, indicó. Sin ningún temor lo abrí y dejé que inspeccionara cada compartimento. “¿Ese libro es suyo? No me extraña que esté en proceso de divorcio. Puede seguir" y me despachó sin darme mucha importancia.

Subí las escaleras hasta el segundo piso, y al final del pasillo izquierdo pude leer el rótulo del juzgado de familia. Tomé la ficha 98 y por casualidad había un asiento vacío, pues atendían en ese momento la ficha 83.

Para pasar el tiempo, leí un poco más de mi cuestionado libro. El personaje estaba rodeado por seres alados con cabezas de caballo, pieles escamosas y resbaladizas; en medio de una inmensidad helada, cuando un grito me sacó de mi lectura. “¡Muchacho! ¿Va a pasar o no?” y la gente molesta a mi alrededor, me miraban impacientes. Me disculpé y me levanté rápidamente.

“¿Cuál sería su trámite?” y contesté la misma retahíla sobre mi parte en el proceso de divorcio. La funcionaria que me atendía digitaba mis datos en la computadora sin prestar mucha atención a mis palabras, miraba mi cédula y la pantalla alternamente. “¿Un divorcio?” preguntó. Le contesté que sí, que tenía ya varios meses de estarse tramitando. “Con ese libro que anda en la mano, no me extraña que se haya divorciado. Vea, el expediente fue enviado al juzgado sur de la capital. Así que le corresponde ir a preguntar allá”.

Cuando quise preguntarle más, ya tenía a la señora de la ficha siguiente encima, sacándome de la silla y exigiéndole a la funcionaria que le resolviera de inmediato no sé cuál trámite.

Salí del juzgado y bajé las escaleras un poco confundido aún. Desde el inicio sabía que esto era una mala idea, y cuando digo “esto” me refiero a todo lo del matrimonio. Llegué a la acera y busqué la parada del autobús con la mirada. Frente a mí estaba un indigente al que era imposible olvidar: lo conocí hace casi diez años, justo en el momento cuando inicié mi relación con Griselda. Él nos amenazaba para exigirnos comida y en una ocasión estuve a punto de vengarme pero ella me detuvo.

El sujeto también me reconoció, se acercó y burlonamente me saludó. Preguntó, como era de suponerse por ella, y le conté más por inercia que por ganas de confesarme el motivo de mi visita a la justicia. Siempre con su pesadez burlona dijo “No me extraña que se esté divorciando, con solo verlo lo imaginé” y así nada más se fue gritándole a los policías y pateando carros por la acera.

Esperé el autobús. Soplaba un viento muy fuerte y frío. La llovizna no había cesado y en el cielo, frente al edificio de la justicia, un arcoíris desafiaba la tarde.