Monday, June 15, 2015

Somnolencia


La mañana era fría y las nubes oscurecían el cielo. La sensación húmeda del invierno había invadido la casa. Yo leía en el sillón de tres plazas de la sala, acostado a lo largo y apoyando la cabeza en el descansabrazos. El cielo se oscureció aún más llevándose la claridad que iluminaba mi lectura, así que bajé el libro y lo dejé sobre mi pecho. Mirando hacia arriba, los párpados se me empezaron a cerrar, y el sueño reclamó con vehemencia que me abandonara a sus deseos.

“Una siesta de media mañana no le puede hacer mal a nadie”, pensé. Sobre todo con este clima tan frío, una siesta debería ayudarme a reponer energías para el medio día. Así que sin pensar más me dejé arrastrar, me abandoné y dejé llevar por esos pasajes laberínticos, fuera de control, que son los sueños.

Dormía en mi sillón, tranquilamente. Podía ver la leve claridad que se filtra a través de los párpados cerrados. Sentía la posición de mi cuerpo sobre el sofá, durmiendo de lado y mi pie derecho sobresaliendo. Podía sentir los cambios del clima, el vacío de la casa, el silencio de la mañana.

Pero algo una sensación empezó a incomodarme, percibía de pronto una presencia, como si la casa no estuviera vacía. Algo había aparecido en ella, algo deambulaba por la casa. No se ocultaba, no se escurría, era como si paseara por la casa, paseaba con cautela buscando algo.

Intenté alejar la sensación, pues pensé debía ser un invento de mi imaginación, tal vez una mala pasada de un sueño que apenas inicia. Cerré con más fuerza los párpados, pero la presencia se hacía más fuerte, más cercana.

Estaba ahí, frente a mí. Jadeante, con la lengua afuera y su boca húmeda de ansiedad. Un enorme perro negro, de pelo corto y brillante, salía del dormitorio y llegaba a la sala, me miraba, jadeaba y se acercaba más.

Yo no podía abrir los ojos, no podía moverme, pero el perro estaba ahí. Lo podía sentir en el ambiente, lo podía escuchar, lo podía ver sin abrir los ojos. Se acercaba, jadeaba más fuerte, olfateaba e iba dejando un rastro de baba que le escurría de su enorme lengua.

Caminó hasta el sofá, miró mi pie derecho sobresaliendo. Me miró desafiante a los ojos, que yo aún tenía cerrados, abrió lentamente su monstruosa mandíbula y con violencia cerró sus afilados dientes sobre el pulgar de mi pie.

Lo mordió una sola vez pero su mandíbula, cerrada como por un mecanismo de metal, se sacudía de lado a lado. Sus afilados dientes desgarraban mi carne, trituraban los huesos de mi dedo. Únicamente mi dedo le interesaba atacar, sólo un mordisco tenía autorizado realizar, pero ese único ataque le bastó.

Yo me retorcía en el interior por el dolor, mas no podía mover mi cuerpo. Cuando la bestia separó su inmundo hocico de mi pie y finalmente mis fuerzas regresaron. Me recogí sobre mi pierna y sostenía el lugar donde antes se encontraba mi dedo y mientras ahuyentaba al animal con la mano. Pero aún así no podía abrir los ojos, no quería mirar de todas maneras.

A la bestia no hacía falta ahuyentarla, el animal con su hocico cerrado se retiraba caminando hacia atrás, mirándome y saboreando la sangre mezclada con baba que le escurría entre los dientes.

El dolor era terriblemente intenso, me retorcía violentamente en el sofá mientras sostenía mi pie. Me retorcía hasta que desperté. Estaba en mi sofá, pero era un día claro, en otro sitio.

Era una casa extraña, y no recordaba cómo había llegado ahí. Inmediatamente recordé la escena del perro, de un salto aparté la sábana y palpé mi pie. Todo estaba intacto, mis dedos completos y sólo la sensación de un mal sueño.

La sala era blanca, y sus paredes brillaban por la luz que se filtra a través de las cortinas de un tergal aún más blanco. Caigo en cuenta que hay un comedor anaranjado frente al sofá y una chica sentada en una de las sillas me pregunta cómo estoy.

“Bien, bien. Estoy bien. Creo que tuve un mal sueño”, le contesto un tanto confundido, con la confianza de los amigos de muchos años. La casa es de ella al parecer, me quedé a dormir aquí, pero no recuerdo por qué.

Miré hacia la ventana y la claridad se hacía más fuerte, hasta el punto de lastimar las pupilas. Cubrí mis ojos con mis brazos para protegerme del golpe de luz y una fuerza arrolladora lo cubrió todo, empujándome al vacío.

Desperté. Estaba en mi casa, acostado sobre el sillón con el libro sobre el pecho y la cabeza en el descansabrazos. Recordé que acababa de soñar con un apartamento blanco, en donde a su vez soñé con un enorme perro negro que devoraba mi pie.



Automáticamente, pero sintiéndome tonto por hacerlo, me recogí para palpar mi pie. La primera sensación fue un charco tibio y viscoso en el sillón, detuve la mano. Me rehusaba a mirar y seguí palpando hasta donde antes estaba mi pie. Pero el dolor que causa el tocar un nervio en el hueso desnudo me hizo desmayar de inmediato.

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