Se sentía solitario y presionado. No creía poder soportar más tanta presión. Cuando lo vimos pensamos que pronto estallaría, que un estruendo, un golpe de aire y luego su desaparición nos dejarían por lección el punto máximo de presión que puede aguantar. Sin embargo, contra todas las previsiones, no reventó. Poco a poco fue cediendo a la presión que le ejercían, fue oponiéndose menos y terminó por aplastarse. Así, sin estruendo, ni golpe de aire, ni su desintegración total. Ahora no sabemos el punto máximo para hacerlo reventar, pero nos dejó un cadáver triste que se dejó aplastar. Esa lección aún la estamos aprendiendo…
C. Del Valle
En realidad es el cuento corto más largo que he visto. Espero algún día termine y si se puede que termine bien.
Wednesday, February 18, 2009
Epidemias circulares
A herra, al perro pinto y hasta al genio.
A vos que también disfrutás del ajonjolí tostado al sol…
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Mientras Demistocles saboreaba una barra de chocolate blanco, masticándola con notorio placer, el viejo sabio se sentó junto a él bajo la sombra del almendro. Este maravilloso árbol había estado en ese sitio desde muchas generaciones atrás, posiblemente solo el viejo y el árbol saben cuántas.
-Sabes hijo, nunca te he contado lo que dijeron los jugadores de Póker al calor de los
Colmillos-incisivos
Se dejaban deslizar entre las seducciones de las botellas y la buena compañía, las alturas del humo y el encierro hasta-que-se-termine-el-juego. El cálido (sofocante) ambiente, la alfombra de cascaras de maní, el cenicero bien alimentado-no-hay-tiempo-para-vaciarlo, las cajetillas y la mugre impregnada de las paredes me hacían recordar un vieja conversación que tuvimos en una mesa del bar cuando era joven y estudiaba en la universidad…
-¿Estudiabas en la universidad? ¡Já, lo único que aprendiste fue a jugar “gato” porque ni para el poker servís! Ahora dále, que no tenemos toda la noche. Además, ¿quién dice que hay mugre en las paredes, cabrón? Si te molesta limpiá y dejá de atrasarnos el juego que estoy a punto de ganarles…
… se comentaba en la mesa del bar que dos estudiantes de filosofía se encontraron en la clase 405b, el martes a las 3:00 pm, ya que tenían una clase a las 4:00 pm en el aula 203a, a la cual casi nunca asistían a causa de que le profesor (de extrema derecha) les había declarado la guerra, así que se encontraban antes para ir a tomarse un café y comer un par de panes de canela. De camino al café:
-Sabés que una de las cosas, por más insignificante que parezca, que me hizo estudiar filosofía, fue una conversación que escuché en un bar a los que frecuentaba mi papá después del trabajo cuando yo era niño…
-¿En serio? ¿Y que comentaban en aquel lugar que te pudo influir de tal modo?
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La atmósfera se podía medir con un alcoholímetro. El vaho espeso de limón, orinal y del hielo desecho para la puntería, era casi tan pegajoso como el piso mismo.
-¿Sabe que, compañero? Le contaré una historia, que aprendí en una noche de póker en la que mis compañeros se dejaban deslizar entre las seducciones de las botellas y la buena compañía.
-Adelante compañero, cuénteme esa historia si aporta algo para la discusión.
-Cuentan que uno de esos sabios que ya no existen o se esconden muy bien (por algo será), se sentó a la sombra de un almendro muy viejo, junto a su discípulo al que le encantaba el chocolate. El viejo le decía “Sabes hijo, algunos sabios decían que una de las mayores limitantes para nuestra vida, es el tiempo”. A lo cual, el joven le replicaba “¿El tiempo? No estoy de acuerdo”. Y el viejo, “¡Claro! Algunos dicen que el día debería tener 3 horas más para poder ser feliz: una más en la mañana para poder perecear un rato en la cama, otra más a medio día para poder dormir una buena siesta luego del almuerzo; finalmente, una más en la noche para poder pasar más rato con los seres que apreciamos”. “¡Sigo en desacuerdo, mi viejo! Si con cuando el día tiene 24 horas se dice que deberíamos trabajar un tercio de éste, lo cual en el mundo real es falso; ahora bien, con más horas al día quienes las disfruten no serán los que trabajan pues los patrones se las ingeniarán para quedárselas en su bolsillo. Sospecho que no es el tiempo el obstáculo, sino otras ambiciosas personas…”
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…”¿Flaco donde estás? Estoy imaginándome otro lugar. Estoy queriendo ver el sol, estoy queriendo ser otro…”
¡Jugá cabrón! y no cantés más fito páez que no me puedo concentrar…
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-¿Lo entendés?
-Creo que sí,- dijo el aprendiz mientras terminaba su barra de chocolate blanco –sin embargo no me gusta.
Un suave viento, un poco frío como es el viento de diciembre, sacudió las hojas del almendro en melódica danza.
No lo sé. Creo que lo soñé- le dije mientras terminaba de leerlo-, no es de mi agrado pero debía escribirlo. Era una deuda con alguien a quien no conozco ni recuerdo, sólo sé que necesitaba decirlo…
C. Del Valle.
-¿Estudiabas en la universidad? ¡Já, lo único que aprendiste fue a jugar “gato” porque ni para el poker servís! Ahora dále, que no tenemos toda la noche. Además, ¿quién dice que hay mugre en las paredes, cabrón? Si te molesta limpiá y dejá de atrasarnos el juego que estoy a punto de ganarles…
… se comentaba en la mesa del bar que dos estudiantes de filosofía se encontraron en la clase 405b, el martes a las 3:00 pm, ya que tenían una clase a las 4:00 pm en el aula 203a, a la cual casi nunca asistían a causa de que le profesor (de extrema derecha) les había declarado la guerra, así que se encontraban antes para ir a tomarse un café y comer un par de panes de canela. De camino al café:
-Sabés que una de las cosas, por más insignificante que parezca, que me hizo estudiar filosofía, fue una conversación que escuché en un bar a los que frecuentaba mi papá después del trabajo cuando yo era niño…
-¿En serio? ¿Y que comentaban en aquel lugar que te pudo influir de tal modo?
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La atmósfera se podía medir con un alcoholímetro. El vaho espeso de limón, orinal y del hielo desecho para la puntería, era casi tan pegajoso como el piso mismo.
-¿Sabe que, compañero? Le contaré una historia, que aprendí en una noche de póker en la que mis compañeros se dejaban deslizar entre las seducciones de las botellas y la buena compañía.
-Adelante compañero, cuénteme esa historia si aporta algo para la discusión.
-Cuentan que uno de esos sabios que ya no existen o se esconden muy bien (por algo será), se sentó a la sombra de un almendro muy viejo, junto a su discípulo al que le encantaba el chocolate. El viejo le decía “Sabes hijo, algunos sabios decían que una de las mayores limitantes para nuestra vida, es el tiempo”. A lo cual, el joven le replicaba “¿El tiempo? No estoy de acuerdo”. Y el viejo, “¡Claro! Algunos dicen que el día debería tener 3 horas más para poder ser feliz: una más en la mañana para poder perecear un rato en la cama, otra más a medio día para poder dormir una buena siesta luego del almuerzo; finalmente, una más en la noche para poder pasar más rato con los seres que apreciamos”. “¡Sigo en desacuerdo, mi viejo! Si con cuando el día tiene 24 horas se dice que deberíamos trabajar un tercio de éste, lo cual en el mundo real es falso; ahora bien, con más horas al día quienes las disfruten no serán los que trabajan pues los patrones se las ingeniarán para quedárselas en su bolsillo. Sospecho que no es el tiempo el obstáculo, sino otras ambiciosas personas…”
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…”¿Flaco donde estás? Estoy imaginándome otro lugar. Estoy queriendo ver el sol, estoy queriendo ser otro…”
¡Jugá cabrón! y no cantés más fito páez que no me puedo concentrar…
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-¿Lo entendés?
-Creo que sí,- dijo el aprendiz mientras terminaba su barra de chocolate blanco –sin embargo no me gusta.
Un suave viento, un poco frío como es el viento de diciembre, sacudió las hojas del almendro en melódica danza.
No lo sé. Creo que lo soñé- le dije mientras terminaba de leerlo-, no es de mi agrado pero debía escribirlo. Era una deuda con alguien a quien no conozco ni recuerdo, sólo sé que necesitaba decirlo…
C. Del Valle.
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