Anoche, se cumplían tres días de tener la alacena vacía, el refrigerador vacío, los basureros vacíos. No había ni un bocado, ni una sobra en toda la casa. Pensé que el pobre debía tener hambre, así que cuando llegué le traje un pedazo de pan. Yo también tenía hambre, pero se lo dejé a él.
Me lo agradeció, estoy seguro que lo agradeció. Dejó sólo migajas, y un desorden enorme en la cocina, tuve que volver a limpiar pero al menos comió. Hoy nuevamente no había nada de comer en la casa, así que le dejé un poco de mi comida, se lo serví, y como de costumbre se lo dejé en la cocina. Sin embargo, hoy Victor Emilio no a probado bocado, de hecho, ahora que lo pienso mejor, no lo he escuchado en todo el día. Ayer, antes de que comiera, tuvimos un altercado, le dije que saliera de mi cuarto, lo intenté sacar a patadas de aquí. Él naturalmente se resistió y luchó valientemente. Desde que vivo en este barrio, nunca he visto a otro plantarse así, de frente. No creo que nuestra pelea de anoche lo haya corrido de la casa. Eso lo dudo, sobretodo considerando que luego de esta él comió.
He de admitirlo, anoche, después de todo, le dejé comida porque pensé que podía morir de hambre el pobre, y aún no era hora del movimiento final. Además, quiero que muera de otra forma, y no por falta de comida. Pobrecillo, ¿dónde andará hoy? hoy bien hubiéramos podido compartir un rato, y luego... ¡zaz!. Pero ahora no sé si lo encontraré muerto sin poder despedirme a como tiene uno que despedirse de los compañeros.
Victor Emilio no ha querido comer hoy. Por una parte me alegro, pues quisiera verlo antes, pero a su vez me arrepiento de no haberme decidido ayer a terminar con este asunto.
Mañana será otro día...