Ella no quería que la encontraran. Sin embargo, no huyó de la tentación de dejarme pistas. "El balcón es un poco frío para sentarse a leer", decía la última nota que encontré debajo de la puerta de mi oficina.
Conoce dónde vivo, conoce dónde trabajo, me observa. Yo no conozco más que lo que ella deja que descubra en mi investigación.
La niña del abrigo azul hoy se sentó en el borde del balcón, mientras yo leía. "Alguna vez has soñado que vuelas", me preguntó. Su pregunta me sorprendió, no solo porque fue justo lo que soñé la noche anterior, sino porque era la primera vez que hablaba con tanta soltura y hasta puede decirse que confianza. "Yo lo sueño a menudo. Corro por la ciudad y me elevo sobre los edificios, llego al campo y desciendo entre los árboles de un gran bosque".
Quedo absorto, imaginándola en el bosque, un ensueño que me mezcla a mí y a ella. Una alquimia indescriptible.
Cuando regreso del sueño, la chica se ha ido. No sé si volverá, pues la busqué por toda la casa sin encontrarla.
Salgo a pasear esta noche. Recorro las calles de la ciudad buscando un poco de aire, un poco de vida nocturna para refrescarme. Telefoneo a la muchacha linda de la otra noche, la que me dio posada y un poco de cariño.
-Carlos, no quiero que sigamos "saliendo" -me contestó.
Era de imaginar. Era de suponerlo. No siempre es bueno tomar este veneno en pequeñas dosis. Así que asumo mi incapacidad de querer más allá de las noches enfermas, y camino de regreso a mi apartamento. Calles vacías parecen molestarse con el eco de mis pasos. Llego hasta mi puerta y encuentro otra nota. La guardo sin mirar en mi abrigo. Un viento fuerte sopla desde el sur del planeta, sacude los techos, hace gemir las paredes y recuerdo lo pequeño, lo leve es el "ser".
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