Tengo un gato. Al final, lo adopté y él hace las veces de un ser que me espera en casa, al menos para que lo alimente.
La niña del abrigo azul cordurroy no se siente muy cómoda con él. Anoche mientras cenaba a oscuras en la sala, ella apareció sentada en el sillón a mis espaldas.
-Te dije que no debías tener un gato.
Le contesté que lo sabía, pero que igual lo adopté porque necesitaba alguien con quién hablar y que al menos me mirara. Como de costumbre no contestó y siguió jugando con sus pies.
-Lo que sí sabías era que fracasarías. No tenías ninguna posibilidad con ella. Yo lo sabía, pero siempre haces lo incorrecto y peor aún es que nunca me haces caso.
En esta ocasión no le contesté. Me irritó lo suficiente como para tener que controlarme y no contestar.
Cuando terminé de cenar, le ofrecí algo de comer. Ella ya no estaba. El gato salió del cuarto maullando, donde había estado encerrado.
La niña tenía razón. Hice un largo viaje sin ninguna posibilidad de salir airoso. Sabía de antemano que iba a estrellarme. Ella tenía el viento a su favor, un vestido de flores y un pintalabios rosado que adornaba más su sonrisa.
En cambio yo, tenía un traje gris y un pantalón ajado, eso sin contar los agujeros en mi alma. Al final, la niña ganó su apuesta sin siquiera formularla.
En realidad es el cuento corto más largo que he visto. Espero algún día termine y si se puede que termine bien.
Sunday, November 06, 2016
Cita para 3
Ella llevaba un vestido de flores, un pintalabios rosado y una linda sonrisa, cuando sonreía que no fue muy frecuente durante toda la tarde.
En cambio yo tenía mi pantalón de corduroy ajado, una guayabera azul llena de pelos de gato y un enyucado en bolsa de papel que compré en el camino, guardado en el bolso.
Con el café, ella se pidió una bandeja de preguntas y una ráfaga de reproches. Yo sólo intenté sobrevivir con mis manos sudorosas y mi cuaderno lleno de posibles temas de conversación.
Así regresé por el mismo túnel por donde había partido, reflexionando en el bus sobre los motivos para mi viaje.
Bajé en la estación, con las ilusiones agujereadas y pagando una multa al chofer por la sobrecarga de los problemas con los que regresé.
En cambio yo tenía mi pantalón de corduroy ajado, una guayabera azul llena de pelos de gato y un enyucado en bolsa de papel que compré en el camino, guardado en el bolso.
Con el café, ella se pidió una bandeja de preguntas y una ráfaga de reproches. Yo sólo intenté sobrevivir con mis manos sudorosas y mi cuaderno lleno de posibles temas de conversación.
Así regresé por el mismo túnel por donde había partido, reflexionando en el bus sobre los motivos para mi viaje.
Bajé en la estación, con las ilusiones agujereadas y pagando una multa al chofer por la sobrecarga de los problemas con los que regresé.
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