Ella llevaba un vestido de flores, un pintalabios rosado y una linda sonrisa, cuando sonreía que no fue muy frecuente durante toda la tarde.
En cambio yo tenía mi pantalón de corduroy ajado, una guayabera azul llena de pelos de gato y un enyucado en bolsa de papel que compré en el camino, guardado en el bolso.
Con el café, ella se pidió una bandeja de preguntas y una ráfaga de reproches. Yo sólo intenté sobrevivir con mis manos sudorosas y mi cuaderno lleno de posibles temas de conversación.
Así regresé por el mismo túnel por donde había partido, reflexionando en el bus sobre los motivos para mi viaje.
Bajé en la estación, con las ilusiones agujereadas y pagando una multa al chofer por la sobrecarga de los problemas con los que regresé.
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