Se sienta en la mesa y espera. Pasa un cuarto de hora sin decir una
palabra, sin moverse mucho. Su mirada flota sobre un hilo de agua y cae
dentro de la alcantarilla.
"Un café. Negro, sin azúcar", pide cuando se percata que la camarera tiene rato mirándolo. Saca el periódico y lee un artículo.
"Yo
sabía que George vivió tanto porque tenía esperanza", pensó. Y sacó
conclusiones sobre el mundo. Conclusiones de esas que sólo saca cuando
está solo, de las que no le cuenta a nadie. O casi a nadie. "La gente
odia a la gente que tiene teorías sobre la gente", recordó.
Se
tomó el café apresuradamente. Salió a la calle y encendió un cigarro.
Una vez en el parque, se sentó en una banca. Hacía frío, mucho frío
desde hacía una semana. "Nunca estuvo solo. Solamente en otra isla", concluyó.
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