Friday, September 19, 2014

El caso de la chica de Lima (11)


Había llamado a Alberto. Desde hace semanas que no conversábamos, hace días que incluso no salgo ni a la esquina.

Quedamos en el bar de siempre, a las ocho. Luego de la tercera cerveza, y de escuchar cómo había terminado con su novia y cuánto la amaba aún, nos pedimos un trago. Porque Alberto también se enamora y sufre como todos los mortales, o bueno, eso me confesaba esa noche.

-No Carlos, es que ustedes lo ven todo desde una perspectiva muy complicada. Yo ya no estoy para eso. Pero bueno, así está el rollo. Y contáme, ¿Qué pasó con el caso ese de la muchachita?

-¿La pianista? No volví a hablar con ella.

-No me esquive el caso, que vos sabés de quién estoy hablando.

-Nada. No hay nada nuevo. Llevo semanas pensando en la última pista y no sé qué estoy haciendo mal. Aquí hay algo que no he visto, pero no consigo saber qué.

Desde mi salida nocturna al parque de las palomas, he vuelto a fumar a ritmo de loco. Por las mañanas no soporto el dolor en los pulmones, pero a la hora se me quita y vuelvo a fumar. En una de las salidas afuera del bar a fumar, le conté a Alberto que me casaría "Debés estar loco", fue lo único que contestó.

Ya me encontraba en mi casa, hacía deberes aburridos y largamente postergados. Revisaba los papeles del seguro, ordenaba los recibos, botaba facturas de dos años atrás; y recibí la llamada de Adriana.

"Me voy mañana del país", me dijo. Salí a buscarla, a despedirnos. Preocupada me interrogó sobre la conversación con Alberto, esa de mi eventual matrimonio. Finalmente comprendió el juego: pedirle matrimonio a una mesera que no conozco; recrear una escena del "Marido de la Peluquera".

Luego de ver a Adriana, camino de nuevo por el centro de la capital. La lluvia sigue cayendo y el bulevar está vacío. Me siento en una banca, bajo la lluvia y respiro la noche en el plaza de las palomas. Miro hacia el suelo, miro mis pies mojados. Luego de un rato pasa la lluvia, así que meto la mano en mi bolsillo para sacar otro cigarrillo.

-¿Qué diferencia a Alberto, a Adriana y a todo el mundo de mí?- murmuro.

"Que ellos solo sueñan cuando están durmiendo", susurra a mi oído. No me sorprende su voz, pues la reconozco. Lo que me sorprende es que conteste una pregunta que yo haya hecho, así sea la haya formulado para nadie.

Levanto la mirada a la vez que me llevo el cigarrillo en la boca y ella parece jugar rayuela con los charcos de la plaza. Tararea una canción que no reconozco, pero me lleno de una extraña alegría al verla.

"¿Dónde habrá estado este tiempo?", pregunto para mis adentros y no me atrevo a cuestionarle. La niña del abrigo azul corduroy ha regresado y eso se ha vuelto algo importante para mí.

No comments: