-¿La chica quién es?
-No lo sé, me sigue desde hace tres días.
-¿No querrá que la invite a una cerveza?
-No lo creo, no le caen bien los idiotas.
-Es bueno ver que no has cambiado. No confío en ella.
-Arturo, confío más en ella que en vos, y de ella no sé ni el nombre.
-Eso es distinto, porque vos me conocés.
-Volviendo, ¿qué sabés de la chica?
-No mucho. ¿Te involucrarás de nuevo? Siempre que lo hacés terminás mal y hay que salir a barrer los vidrios.
-No, esta vez es sólo trabajo.
-Perfecto, porque no queremos verte con la capa y los calzoncillos por fuera... Nena, ¿querés una cerveza?
En realidad es el cuento corto más largo que he visto. Espero algún día termine y si se puede que termine bien.
Sunday, April 28, 2013
Friday, April 26, 2013
El caso de la chica de Lima (3)
-¿Qué tal la chica?
-Está guapa. Es buena gente y muy joven, pero guapa. Me daría pena por ella, digo, es como muy inocente...
-¿De qué carajos estás hablando?
-De la pianista.
-No te pago por ninguna pianista, me refiero a la chica, a MI chica.
-Sí, lo sé. Sólo que hay gente cerca, no puedo hablar mucho.
-Entiendo. Te llamaré a las siete.
-Por supuesto. Hasta luego.
Al tipo no lo conozco. Bueno, en realidad nunca lo conocí en persona, pero no es la primera vez que le trabajo. Siempre hemos tratado por teléfono, nunca en persona. No tengo ni certeza de cuál es su nombre. Sólo sé que tiene una voz oscura, con cierto arrastre en las palabras. En este negocio todos esos carajos siempre tienen la voz así, oscura. Es como parte del negocio, sino se habla así, no se puede trabajar en esto.
Le ofrezco un café a la chica del suéter. Nos sentamos en La Magdalena. "Aquí hacen sanguche de pollo buenísimo", le digo en lo que viene la mesera.
"Deberías conocer a la pianista. Me produce cierta curiosidad. Es como muy buena gente, quizá. No sé si será eso"
"Admitilo Carlos, ella no está loca", dijo mientra encendía un cigarro serenamente.
"Lo sé, sólo busco abrir un tema"
-Está guapa. Es buena gente y muy joven, pero guapa. Me daría pena por ella, digo, es como muy inocente...
-¿De qué carajos estás hablando?
-De la pianista.
-No te pago por ninguna pianista, me refiero a la chica, a MI chica.
-Sí, lo sé. Sólo que hay gente cerca, no puedo hablar mucho.
-Entiendo. Te llamaré a las siete.
-Por supuesto. Hasta luego.
Al tipo no lo conozco. Bueno, en realidad nunca lo conocí en persona, pero no es la primera vez que le trabajo. Siempre hemos tratado por teléfono, nunca en persona. No tengo ni certeza de cuál es su nombre. Sólo sé que tiene una voz oscura, con cierto arrastre en las palabras. En este negocio todos esos carajos siempre tienen la voz así, oscura. Es como parte del negocio, sino se habla así, no se puede trabajar en esto.
Le ofrezco un café a la chica del suéter. Nos sentamos en La Magdalena. "Aquí hacen sanguche de pollo buenísimo", le digo en lo que viene la mesera.
"Deberías conocer a la pianista. Me produce cierta curiosidad. Es como muy buena gente, quizá. No sé si será eso"
"Admitilo Carlos, ella no está loca", dijo mientra encendía un cigarro serenamente.
"Lo sé, sólo busco abrir un tema"
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La chica de lima
El caso de la chica de Lima (2)
La segunda pista la hallé en un libro viejo "olvidado" en la baranda del balcón. Entrecomillo porque estoy casi seguro que fue puesto ahí adrede, para que yo lo encontrara. La chica del suéter de corduroy azul me sigue a todas partes. Se sienta a mi lado en el bus, come conmigo, pasa el día leyendo en mi oficina y aún así no nos cruzamos palabras. Bueno, en realidad yo sí le hablo, pero ella pocas veces responde y cuando lo hace es con pocas palabras.
Ahora duermo en mi sillón, en la sala de mi propia casa. Le dejé la cama a ella, no hay que ser descortés con las visitas. Aún con esas de las que no conocemos ni su nombre y que no fueron invitadas.
Cuando encontré el libro, la chica del suéter estaba detrás mío. Ella miraba por la otra ventana de la habitación. Creí que estaba concentrada en el nido de viudas del árbol contiguo, hasta que me preguntó qué decía la nota. "Imagino que ya lo sabés, ¿para qué preguntás" le contesté mientras la guardaba en el bolsillo de mi camisa. El libro, un poemario, se lo entregué. "A vos te gustan estos autores surrealistas, te lo regalo".
Ahora duermo en mi sillón, en la sala de mi propia casa. Le dejé la cama a ella, no hay que ser descortés con las visitas. Aún con esas de las que no conocemos ni su nombre y que no fueron invitadas.
Cuando encontré el libro, la chica del suéter estaba detrás mío. Ella miraba por la otra ventana de la habitación. Creí que estaba concentrada en el nido de viudas del árbol contiguo, hasta que me preguntó qué decía la nota. "Imagino que ya lo sabés, ¿para qué preguntás" le contesté mientras la guardaba en el bolsillo de mi camisa. El libro, un poemario, se lo entregué. "A vos te gustan estos autores surrealistas, te lo regalo".
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Wednesday, April 24, 2013
El caso de la chica de Lima (1)
No lo soporté más, y tuve que vomitar. Dos veces, seguidas. La primera fue al leer las noticias, entre ellas estaba un recorte de periódico que decía "En un lugar de La Mancha ^_^". Esto conllevó evidentemente a atar los cabos sueltos, como los cordones de los zapatos. Ahí fue cuando tuve que vomitar por segunda vez, al mirar la hora y reconocer que era la misma acá que allá.
Esto me sucede cada vez que me involucro en un caso similar. Para el santo oficio de la investigación hay que tener estómago de acero, ya me lo habían dicho. Sobre todo cuando se trata de seguirle las huellas a las chicas de Lima. Es como comer pan de centeno con un dolor de muelas.
El caso era difícil desde un inicio y eso hay que reconocerlo. Lo supe antes de tomarlo y lo confirmé a penas empecé las primeras indagaciones. No faltó más que reconocer a los testigos para saber que no iban a hablar. Mas aún no me queda claro para qué llegó esa noche la muchacha del suéter corduroy azul. Me buscó para hablar del caso, me llamó, entró a mi oficina y sin embargo no dijo ni una palabra.
Llegó, dijo saber mucho y no quiso decir nada. Parecía preocupada pero satisfecha a su vez por la desaparición de la chica de Lima...
Esto me sucede cada vez que me involucro en un caso similar. Para el santo oficio de la investigación hay que tener estómago de acero, ya me lo habían dicho. Sobre todo cuando se trata de seguirle las huellas a las chicas de Lima. Es como comer pan de centeno con un dolor de muelas.
El caso era difícil desde un inicio y eso hay que reconocerlo. Lo supe antes de tomarlo y lo confirmé a penas empecé las primeras indagaciones. No faltó más que reconocer a los testigos para saber que no iban a hablar. Mas aún no me queda claro para qué llegó esa noche la muchacha del suéter corduroy azul. Me buscó para hablar del caso, me llamó, entró a mi oficina y sin embargo no dijo ni una palabra.
Llegó, dijo saber mucho y no quiso decir nada. Parecía preocupada pero satisfecha a su vez por la desaparición de la chica de Lima...
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