No lo soporté más, y tuve que vomitar. Dos veces, seguidas. La primera fue al leer las noticias, entre ellas estaba un recorte de periódico que decía "En un lugar de La Mancha ^_^". Esto conllevó evidentemente a atar los cabos sueltos, como los cordones de los zapatos. Ahí fue cuando tuve que vomitar por segunda vez, al mirar la hora y reconocer que era la misma acá que allá.
Esto me sucede cada vez que me involucro en un caso similar. Para el santo oficio de la investigación hay que tener estómago de acero, ya me lo habían dicho. Sobre todo cuando se trata de seguirle las huellas a las chicas de Lima. Es como comer pan de centeno con un dolor de muelas.
El caso era difícil desde un inicio y eso hay que reconocerlo. Lo supe antes de tomarlo y lo confirmé a penas empecé las primeras indagaciones. No faltó más que reconocer a los testigos para saber que no iban a hablar. Mas aún no me queda claro para qué llegó esa noche la muchacha del suéter corduroy azul. Me buscó para hablar del caso, me llamó, entró a mi oficina y sin embargo no dijo ni una palabra.
Llegó, dijo saber mucho y no quiso decir nada. Parecía preocupada pero satisfecha a su vez por la desaparición de la chica de Lima...
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