La última vez que la vi, llevaba el jeans azul medio acampanado, una blusa camisera blanca y ropa interior negra. Se levantó y se fue, como siempre, antes que su taxi se convirtiera en calabaza. O en chayote, depende la perspectiva de la zona horaria mundial.
-¿Te despedirás con un beso?
-Mi papá no me lo permite.
Era el ritual. Como siempre, en todo hay un ritual. Igualmente me besó, tomó el taxi que le llamé y se fue. No supe en ese momento que era la última vez que le vería.
De vuelta ya en mis asuntos, imaginé que tal vez debí contarle sobre la tradición familiar. No sé, simples pensamientos que tenemos cuando estamos solos. Absolutamente solos.
Algunos rehuyen a pensar cuando no hay nadie, supongo que por miedo a sus demonios. A los míos yo los endulzo con una copa, y después hablamos largo y tendido durante toda la noche. A veces ellos se quedan dormidos, entonces me toca pensar en otras cosas, como esa de la tradición.
"La verdad, es que ella está un poco acostumbrada a estas historias. No creo que lo tome mal", pensé.
En una ocasión, hablamos sobre un futuro imaginario, improbable. Yo era un ser al que le faltaba un poco la memoria. Ella me repetía con cierto cariño que ya había visto la película que siempre le preguntaba. Una película muy buena, por cierto. ¿Por qué no, en ese mundo lejano y futuro, contarle de la tradición?
Si fuera sólo por quien es ella, olvidándonos de la extraña y fatídica fantasía del alzheimer, ella ya conoce una historia de un ser similar al que tenemos dentro de la familia. Lo conoce por un escritor, es cierto, con sus fallas técnicas y guardando la distancia del caso.
Mi bisabuela fue la primera en contarme las extrañas actitudes de su esposo. Él tendía a ser un sujeto un tanto solitario. "Frecuentemente lo encontraba hablando solo", me contó mientras la acompañaba en el que fue su lecho de muerte.
"Lo peor fue luego de que murió. Me dí cuenta que Alberto (mi abuelo) empezó a tener las mismas actitudes", me decía.
La historia se remonta hasta épocas a las que no les he podido seguir la pista. Todas las historias tienen el mismo factor en común: el extrañamiento de la mujer ante la mirada pensativa del respectivo cónyuge, la manía de observar bajo la escalera, el balbucear un nombre extraño mientras se duerme, un nombre como venido de otras regiones, de otro idioma.
No sería preciso decir que fue alegre cuando a mí me tocó la suerte de que me siguiera el pequeño ser a todas partes. De vivir juntos en todas las casas, y he tenido muchas por cierto.
Pero no quedaba más que hacerse a la idea que ha estado con nosotros durante muchos años. Muchos es sólo una forma de decirlo, para ponerlo en lenguaje sencillo. Porque aprendí que cuando tenemos bajo nuestra cama, o en la esquina más olvidada de la casa a este ser, el tiempo es distinto. Muy distinto. A algunos nos sucede que envejecemos un par de años más rápido desde que tenemos la responsabilidad (por decirlo de alguna manera) de conversar con él en las noches.
Lo que aún me causa cierta duda, es qué sucederá con esta criatura indefensa cuando yo muera. Es decir, dentro de la familia siempre hemos tenido una descendencia bastante prolífera. La mayoría a corta edad ya está procreando, valga la aclaración. Pero contrario a lo que la tradición nos exige, yo no tengo hijos. Ni los pienso tener, y eso es definitivo.
Por esto pensé que quizá ella debería conocer sobre la existencia de esta criatura con apariencia de algo roto. Porque es por todos sabido que las mujeres nos sobreviven a los que llevamos este apellido. Quizá ella le pueda buscar un nuevo dueño, quizá ella le hubiera podido sobrellevar hasta conseguirle un nuevo hogar.
Sin embargo, no fue así. Nunca tuve la oportunidad de comentarle el asunto, de contarle la inverosímil historia familiar. No tuve la oportunidad porque ya ha pasado mucho tiempo desde que la vi por última vez. Luego de esa noche, se fue con su blusa blanca y su ropa interior negra a no sé qué rumbos. Se fue y no se despidió.
No dijo ni una palabra. Yo me mudé de casa, porque donde vivía ya creían que estaba lo suficientemente loco como para no seguirme tolerando, y hay que guardar las apariencias.
Hoy no sólo convivimos en la nueva casa la criatura familiar y yo, sino que tenemos otro inquilino que vive entre el bambú con decoración navideña y el reloj de arena de mi escritorio. Ese me lo dejó ella, sin saber, la última vez que me visitó.
Esta casa se va poblando de nuevas criaturas. La verdad yo ya no sé a dónde va a parar esto, pero por lo menos tengo con quién hablar en noches como esta.
Lo que aún no me queda claro es qué será de estos seres cuando ya no haya nadie que les cierre la ventana porque hace frío.
En realidad es el cuento corto más largo que he visto. Espero algún día termine y si se puede que termine bien.
Sunday, December 30, 2012
Tuesday, December 25, 2012
Guía básica para el manejo de situaciones sociales con intercambio de artefactos
En varias ocasiones del año, y con particular ocasión estas fechas, usted se encontrará frente a personas que corren de un lado para otro con singulares artefactos en sus manos. Estos artefactos se caracterizan por estar envueltos en papeles brillantes y coloridos, que no permiten distinguir de buena entrada su contenido. A estos artefactos les llamaremos regalos u obsequios, según la región: cualquier artefacto hecho o adquirido por una persona, a fin de ser entregado a otra.
Estos particulares objetos serán entregados bajo una serie de normas que aprenderemos el día de hoy de una rápida manera, en este manual básico para la sobreviviencia.
Primero, debemos decir que para que el intercambio de objetos "regalo" sea lo menos traumático posible, es necesario que exista una correspondencia entre idoneidad, sorpresa y reciprocidad.
Pongamos el primer ejemplo: por lo general las personas con las que se relacionará en mayor o menor grado, tienen el impulso de realizar un regalo a quienes consideran "cercanos". Así que si usted considera que es "cercano" para alguna de esas personas, muy probablemente está pensando en realizarle un regalo a usted. Sí, así como lo oye. Y si se está preguntando con qué autorización, son muy pocos los casos registrados en los que se pide permiso para dar un regalo.
Aquí entonces jugaremos con el concepto de reciprocidad, es decir, es una norma el hecho de entregar algo a cambio de recibir un "regalo". Existen vertientes filosóficas que indican que a cambio de un regalo no se debe entregar necesariamente un "objeto material", sino que basta con algo "más espiritual". Sea cual sea la perspectiva, hay de dar algo a cambio.
Así que nuestro primer consejo: si sabe que recibirá un regalo, prepárese y en la medida de lo posible, consiga otro regalo con qué defenderse. Si lo toman por sorpresa, guarde la calma, sonría y agradezca. Mientras más agradezca y mencione lo apenado que se encuentra, mejor serán los efectos del intercambio.
Si usted está en la ya mencionada situación de tener que conseguir un regalo para defenderse, es decir, un contra-regalo; pues le será muy útil el siguiente apartado.
Como mencionamos a principio del manual, una de las reglas claves del intercambio de artefactos es la idoneidad. Con esto nos referimos a la correspondencia entre el artefacto y persona que lo recibirá. Es de suma importancia prestar atención a este detalle, de lo contrario nos veremos en situaciones muy embarazosas.
Puede suceder que si no se presta suficiente atención a este detalle, la persona a la que le entregaremos el "regalo" se sentirá ofendida. Pongamos el caso, de regalarle un disco de Arjona a un instruido músico. Puede que lo tome como una terrible ofensa. O entregarle una agenda con frases de Paulo Cohelo a un buen lector, definitivamente se ofenderá.
Por eso hay que prestar atención en la idoneidad, sin embargo, no existe una norma clara sobre cómo acertar completamente. Para esto, quizá el mejor consejo puede ser el conocer al sujeto, acercarse, descubrir sus gustos y pasiones. O bien, preguntarle a alguien cercano. Aquí hay que hacer dos anotaciones más: si es por conocer los gustos y las pasiones del sujeto, para elegir el regalo a entregar, hay que tener ciertos miramientos. Porque es posible que si se conocen ciertos gustos y pasiones que las personas prefieren mantener en secreto, sería muy desafortunado entregar un regalo que ponga en los evidencia. Muy desafortunado.
La segunda anotación está relacionada con la siguiente norma clave para el correcto intercambio de "regalos", es decir, con la sorpresa.
Respecto a la sorpresa debemos decir que es quizá uno de los temas más interesantes de analizar. Por una parte, es parte constitutiva del regalo, casi que la esencia misma. Por eso se colocan en bolsas, cajas o los envuelven en esos papeles coloridos para evitar que se adivine su forma y contenido.
Por lo mismo decimos que para averiguar lo que quiere recibir la persona a la que le entregaremos el regalo, debemos ser cuidadosos, de lo contrario estropearemos la sorpresa y eso desvirtúa bastante el sentido del regalo.
Además, la expectativa de saber quién recibirá un obsequio siempre es un factor importante en el grupo social, es como decíamos anteriormente, un enigma si nos preparamos para recibir un regalo de fulano o mengano.
Pero bien, hay que tener en cuenta otros elementos de menor orden a la hora de los intercambios, para que sea exitoso nuestro paso por esa esta situación, sin pasar por momentos incómodos que causen estragos sociales más difíciles de resolver.
Por ejemplo, a la hora del intercambio siempre hay que ser sumamente cuidadoso con los regalos que creemos recibir. No vaya a ser que estemos desenvolviendo un regalo ajeno, lo cual nos puede poner en graves aprietos. Antes de proceder, debemos verificar nuestro nombre en el envoltorio y de ser posible consultar con alguna persona cercana.
También, recuerde, para todo intercambio siempre es necesario que sonría. Ya sea que reciba o que entregue, es parte del ritual sonreír. De lo contrario tensará la relación a tal punto que se pueda ver en problemas nuevamente.
Recuerde estas normas básicas, para que luego no tenga que verse en problemas mayores, los cuales serán más difíciles de resolver.
Este manual pretende ser sólo una guía rápida para el manejo de situaciones sociales en las que medien intercambio de "regalos". No es de ninguna manera un reemplazo de la socialización. Es de uso libre y no requiere receta médica.
Estos particulares objetos serán entregados bajo una serie de normas que aprenderemos el día de hoy de una rápida manera, en este manual básico para la sobreviviencia.
Primero, debemos decir que para que el intercambio de objetos "regalo" sea lo menos traumático posible, es necesario que exista una correspondencia entre idoneidad, sorpresa y reciprocidad.
Pongamos el primer ejemplo: por lo general las personas con las que se relacionará en mayor o menor grado, tienen el impulso de realizar un regalo a quienes consideran "cercanos". Así que si usted considera que es "cercano" para alguna de esas personas, muy probablemente está pensando en realizarle un regalo a usted. Sí, así como lo oye. Y si se está preguntando con qué autorización, son muy pocos los casos registrados en los que se pide permiso para dar un regalo.
Aquí entonces jugaremos con el concepto de reciprocidad, es decir, es una norma el hecho de entregar algo a cambio de recibir un "regalo". Existen vertientes filosóficas que indican que a cambio de un regalo no se debe entregar necesariamente un "objeto material", sino que basta con algo "más espiritual". Sea cual sea la perspectiva, hay de dar algo a cambio.
Así que nuestro primer consejo: si sabe que recibirá un regalo, prepárese y en la medida de lo posible, consiga otro regalo con qué defenderse. Si lo toman por sorpresa, guarde la calma, sonría y agradezca. Mientras más agradezca y mencione lo apenado que se encuentra, mejor serán los efectos del intercambio.
Si usted está en la ya mencionada situación de tener que conseguir un regalo para defenderse, es decir, un contra-regalo; pues le será muy útil el siguiente apartado.
Como mencionamos a principio del manual, una de las reglas claves del intercambio de artefactos es la idoneidad. Con esto nos referimos a la correspondencia entre el artefacto y persona que lo recibirá. Es de suma importancia prestar atención a este detalle, de lo contrario nos veremos en situaciones muy embarazosas.
Puede suceder que si no se presta suficiente atención a este detalle, la persona a la que le entregaremos el "regalo" se sentirá ofendida. Pongamos el caso, de regalarle un disco de Arjona a un instruido músico. Puede que lo tome como una terrible ofensa. O entregarle una agenda con frases de Paulo Cohelo a un buen lector, definitivamente se ofenderá.
Por eso hay que prestar atención en la idoneidad, sin embargo, no existe una norma clara sobre cómo acertar completamente. Para esto, quizá el mejor consejo puede ser el conocer al sujeto, acercarse, descubrir sus gustos y pasiones. O bien, preguntarle a alguien cercano. Aquí hay que hacer dos anotaciones más: si es por conocer los gustos y las pasiones del sujeto, para elegir el regalo a entregar, hay que tener ciertos miramientos. Porque es posible que si se conocen ciertos gustos y pasiones que las personas prefieren mantener en secreto, sería muy desafortunado entregar un regalo que ponga en los evidencia. Muy desafortunado.
La segunda anotación está relacionada con la siguiente norma clave para el correcto intercambio de "regalos", es decir, con la sorpresa.
Respecto a la sorpresa debemos decir que es quizá uno de los temas más interesantes de analizar. Por una parte, es parte constitutiva del regalo, casi que la esencia misma. Por eso se colocan en bolsas, cajas o los envuelven en esos papeles coloridos para evitar que se adivine su forma y contenido.
Por lo mismo decimos que para averiguar lo que quiere recibir la persona a la que le entregaremos el regalo, debemos ser cuidadosos, de lo contrario estropearemos la sorpresa y eso desvirtúa bastante el sentido del regalo.
Además, la expectativa de saber quién recibirá un obsequio siempre es un factor importante en el grupo social, es como decíamos anteriormente, un enigma si nos preparamos para recibir un regalo de fulano o mengano.
Pero bien, hay que tener en cuenta otros elementos de menor orden a la hora de los intercambios, para que sea exitoso nuestro paso por esa esta situación, sin pasar por momentos incómodos que causen estragos sociales más difíciles de resolver.
Por ejemplo, a la hora del intercambio siempre hay que ser sumamente cuidadoso con los regalos que creemos recibir. No vaya a ser que estemos desenvolviendo un regalo ajeno, lo cual nos puede poner en graves aprietos. Antes de proceder, debemos verificar nuestro nombre en el envoltorio y de ser posible consultar con alguna persona cercana.
También, recuerde, para todo intercambio siempre es necesario que sonría. Ya sea que reciba o que entregue, es parte del ritual sonreír. De lo contrario tensará la relación a tal punto que se pueda ver en problemas nuevamente.
Recuerde estas normas básicas, para que luego no tenga que verse en problemas mayores, los cuales serán más difíciles de resolver.
Este manual pretende ser sólo una guía rápida para el manejo de situaciones sociales en las que medien intercambio de "regalos". No es de ninguna manera un reemplazo de la socialización. Es de uso libre y no requiere receta médica.
Monday, December 24, 2012
24: medio día
-¿Sabías que en España estalló la crisis?
-¿Es metáfora?
-No, sólo martes de resurección.
-Pero eso es lo domingos. Y es en semana santa, hoy es navidad.
-Como sea nena, vente acá y dame un beso.
Sunday, December 23, 2012
Seis de la tarde
Explicarlo de una forma que no le fuera a generar un infarto a mi madre fue una tarea difícil. Igual no logré que comprendiera cómo es que "la muchacha" (como le dice ella a las parejas que le he presentado), esa muchacha dulce y callada que conoció, podía ir en ese momento de paseo con su marido y al mismo tiempo envíarle saludos a ella desde el aeropuerto. Mi pobre madre, tiempos modernos pues. O creo que ya se convenció de que nunca entenderá a sus hijos.
-Ah, madre. Tranquila, ni lo trate de comprender. Y mejor no pregunte lo que no quiere escuchar, porque es una historia larga y no tenemos tanto tiempo desde su casa al centro de Heredia. Así que solamente le contestaré a ella que usted también le manda saludos.
Y debo admitir que la escena fue un poco más graciosa de lo que puedo o quiero contar. Los gestos, la complicidad de mi hermana, en fin.
Ya solos en el auto mi hermana, mi sobrino y yo; volvíamos hacia San José por unas apartadas carreteras heredianas. Fumaba yo, mi hermana conducía y cada uno pensaba en sus propias complicaciones de vida, mientras mi sobrino dormía. O bien, yo creía que cada uno pensaba en sus propios asuntos.
-Yo creo que ella lo que tiene es un semerendo desmadre en la cabeza. Creo que igual no sabe que es lo que quiere de verdad -dijo mi hermana sin apartar la vista del camino.
El comentario me dejó un poco desconcertado, pues era como si yo pensara en voz alta (de hecho llegué a dudarlo), pues exactamente eso atravesaba mi cabeza en ese momento.
-Sí, puede ser. Aunque creo que más bien... no nada, olvídelo.
Llegamos a San José, me despedí y caminé hasta la terminal. Eran casi las seis, pronto abordaría ella el avión y yo el autobus a mi auto exilio de unos días.
"Ese mensaje parecía una despedida" -me respondió por mensaje.
Mi respuesta fue más corta, y más sencilla. Total, la despedida la hizo ella cuando me dejó plantado por tercera vez. Nadie puede despedirse de quien prefiere huir, eso parece que lo aprendí por la mañana.
Cuando cerré los ojos, ya estaba acomodado en mi asiento y el autobus arrancó. Sentí el vaivén del motor, el olor de la gente, el ruido de las bolsas de plátanos fritos, y finalmente, en el radio sonaba "el ave maría" de las seis de la tarde.
"Ella está abordando el avión en este momento, yo el autobús. Ironías de la vida. Muchas preguntas y respuestas hoy tienen sentido", pensé.
Mi último mensaje le llegó, según la confirmación recibida. "Entonces no pudo o no quiso contestar. Buen viaje, amor, nos veremos por la vida, si querés".
Me dormí antes de salir de San José, no fuera cosa de pasar por el aeropuerto y que me de ansiedad mirar por la ventana y tratar de localizar el próximo avión a despegar.
Cuando llegué a mi destino, no hacía falta volver a explicarlo todo. Ya todo el mundo lo sabe, y quienes no, se lo imaginan. Digo, cuestión de redes sociales. Tampoco hace falta escuchar un "se lo dije", si total con una mirada de algún confidente basta para que yo termine admitiendo mis culpas. Entré en este juego absurdo con completo conocimiento de causa. Eso sí, debo admitir que el panorama no era tan claro como ahora.
Y finalmente, leo su mensaje en el correo. Escribo un par de líneas de respuesta, un poco errático, un poco decepcionado, un poco enojado, pero al final, con bastante poco ánimo. Es obvio que contra ciertas cosas nada se puede hacer (pero para causas perdidas, no hay nada como nosotros. Somos expertos).
Por la noche no queda otra cosa que hacer más que escribir un relato corto, y esperar. Tenderse en un sillón a mirar hacia la pared, que pasen las horas, que pasen los días y descansar. Tengo la impresión que en los últimos tres años he envejecido ocho.
Pero hoy, al menos hoy y en los días próximos, al carajo el mundo. Dejar que sea lo que sea. Total, lo peor siempre está por venir.
-Ah, madre. Tranquila, ni lo trate de comprender. Y mejor no pregunte lo que no quiere escuchar, porque es una historia larga y no tenemos tanto tiempo desde su casa al centro de Heredia. Así que solamente le contestaré a ella que usted también le manda saludos.
Y debo admitir que la escena fue un poco más graciosa de lo que puedo o quiero contar. Los gestos, la complicidad de mi hermana, en fin.
Ya solos en el auto mi hermana, mi sobrino y yo; volvíamos hacia San José por unas apartadas carreteras heredianas. Fumaba yo, mi hermana conducía y cada uno pensaba en sus propias complicaciones de vida, mientras mi sobrino dormía. O bien, yo creía que cada uno pensaba en sus propios asuntos.
-Yo creo que ella lo que tiene es un semerendo desmadre en la cabeza. Creo que igual no sabe que es lo que quiere de verdad -dijo mi hermana sin apartar la vista del camino.
El comentario me dejó un poco desconcertado, pues era como si yo pensara en voz alta (de hecho llegué a dudarlo), pues exactamente eso atravesaba mi cabeza en ese momento.
-Sí, puede ser. Aunque creo que más bien... no nada, olvídelo.
Llegamos a San José, me despedí y caminé hasta la terminal. Eran casi las seis, pronto abordaría ella el avión y yo el autobus a mi auto exilio de unos días.
"Ese mensaje parecía una despedida" -me respondió por mensaje.
Mi respuesta fue más corta, y más sencilla. Total, la despedida la hizo ella cuando me dejó plantado por tercera vez. Nadie puede despedirse de quien prefiere huir, eso parece que lo aprendí por la mañana.
Cuando cerré los ojos, ya estaba acomodado en mi asiento y el autobus arrancó. Sentí el vaivén del motor, el olor de la gente, el ruido de las bolsas de plátanos fritos, y finalmente, en el radio sonaba "el ave maría" de las seis de la tarde.
"Ella está abordando el avión en este momento, yo el autobús. Ironías de la vida. Muchas preguntas y respuestas hoy tienen sentido", pensé.
Mi último mensaje le llegó, según la confirmación recibida. "Entonces no pudo o no quiso contestar. Buen viaje, amor, nos veremos por la vida, si querés".
Me dormí antes de salir de San José, no fuera cosa de pasar por el aeropuerto y que me de ansiedad mirar por la ventana y tratar de localizar el próximo avión a despegar.
Cuando llegué a mi destino, no hacía falta volver a explicarlo todo. Ya todo el mundo lo sabe, y quienes no, se lo imaginan. Digo, cuestión de redes sociales. Tampoco hace falta escuchar un "se lo dije", si total con una mirada de algún confidente basta para que yo termine admitiendo mis culpas. Entré en este juego absurdo con completo conocimiento de causa. Eso sí, debo admitir que el panorama no era tan claro como ahora.
Y finalmente, leo su mensaje en el correo. Escribo un par de líneas de respuesta, un poco errático, un poco decepcionado, un poco enojado, pero al final, con bastante poco ánimo. Es obvio que contra ciertas cosas nada se puede hacer (pero para causas perdidas, no hay nada como nosotros. Somos expertos).
Por la noche no queda otra cosa que hacer más que escribir un relato corto, y esperar. Tenderse en un sillón a mirar hacia la pared, que pasen las horas, que pasen los días y descansar. Tengo la impresión que en los últimos tres años he envejecido ocho.
Pero hoy, al menos hoy y en los días próximos, al carajo el mundo. Dejar que sea lo que sea. Total, lo peor siempre está por venir.
Saturday, December 22, 2012
Puerta a puerta II
Efectivamente, esa noche llegué un poco tarde a mi casa. Como sabrán, en los últimos meses tengo la terrible costumbre de sobrevivir a base de comida congelada: todo lo que se pueda congelar (o comprar congelado) y después sólo calentar, o freír se convierte es la piedra angular de mi alimentación.
Abrí el congelador para sacar algo rápido y por lo tanto no sabroso, pero entre las tortas de pollo y el whisky malo me encontré una masa de hielo un poco informe. Dejo la puerta abierta, y desde el desayunador me siento a mirar tratando de recordar qué carajos fue lo que metí ahí. Mientras pienso, decido hacer un poco de café, y cuando estoy terminando de encender el aparatejo ese, siento una voz que me dice "hola" por la espalda.
Conozco esa voz, estoy seguro que la conozco. Me vuelvo extrañado hacia el congelador y ahí está: la pelota de hielo medio desecha y de ella sólo se asoma una cabeza sonriente. "Claro, cómo me había olvidado de este personaje", pensé.
-Este... ¿no va a saludar?
Creo que no es necesario describir mi gesto de cansancio. Tomé asiento y lo observé fijamente. "Me sorprendió por un momento", le contesté.
-¿Cuánto tiempo ha pasado? Sabe, no siento el cuerpo, ¿no me puede ayudar a salir de aquí? No sé, pero imagino que bastante tiempo, digo, a juzgar por como ha crecido su barba. ¿Usted no se afeita muy seguido, verdad? No lo tome a mal, sólo es una observación casual, no es por criticar...
-Claro, observación casual... ¿Sus otros clientes nunca le han hecho la observación casual de que usted habla demasiado?
-Pues viera usted que no, pero un vez una cliente sí me dijo que a ella le gustaba que cuando la besaran...
-Mire, era sólo un decir, no me interesa la historia, gracias.
Me levanté a servir café. Saqué unas galletas de la alacena y me senté nuevamente.
-¿Y bueno? - Me pregunta el bicho semicongelado.
-¿Y bueno qué?
-¿Me ayudará a salir de aquí, cuánto tiempo a pasado?
En este punto, debo admitir que tuve dos sentimientos un poco contradictorios. Por un lado, al tener que pensar qué hacer con el famoso beso, y verlo ahí a la espera de mis decisiones y antojos, me sentí bastante satisfecho; pero eso me dio bastante miedo de mí. Es decir, me dio miedo mi cara de placer...
Por otro lado, también hay que decir que me dio lástima ese pobre servidor público, si se le puede llamar así.
-Han pasado, no sé, unas tres o cuatro semanas. Y la verdad, fue por casualidad que abrí el congelador. No me acordaba ya de usted. -le respondí mientras partía una de las galletas y sorbía mi café caliente.
-¿Eso qué significa?
-Significa lo que significa. La verdad no tenía pensado descongelarlo. Creo que me puede servir a futuro.
-¡No, por favor!, -dijo aterrorizado -¡Cuatro semanas!, en el trabajo me deben estar buscando, por favor, tengo esposa e hijos...
-¿Ustedes tienen esposa e hijos?
-Bueno la verdad no, pero me salió bien el papel, ¿cierto?
-Mmm... sí, la verdad casi le creo.
-Ahora sí le acepto la taza de café. La verdad, siempre he querido tomar café, pero como le decía nuestras políticas no lo permiten. Igual, en esta casa nada es como lo dice el manual; entonces no creo que a nadie le haga daño que me tome una tacita...
Ya tenía un brazo fuera del hielo, y con honestidad me empezaba a simpatizar este sujeto. La verdad, en algo tenía razón: toda la situación era bastante fuera de lo común, tanto para él como para mí.
-Hagamos algo, le sirvo un café si luego se toma un whisky conmigo.
-Yo no tomo, pero qué demonios, le acepto la propuesta. Sabía usted que un cliente en una ocasión, pidió que para su noche de bodas... -Interrumpió su historia, y me miró como pidiendo permiso para continuar.
Seamos claros, este beso es el último de los besos que me quedan de ella. Es la verdad, no sé si una promesa o una despedida. Por lo cual no lo echaré de mi casa, ni tampoco lo dejaré olvidado en el congelador. Siendo más francos, un poco de conversación no cae mal de vez en cuando en esta casa.
-Continúe su historia mientras le sirvo el café.
-¡Gracias!, bueno, como le decía, este cliente me pidió que...
Para no cansarles con el cuento, desde entonces duerme en mi escritorio, entre el reloj de arena y un pequeño bambú. Me alegra algunas noches con historias y ocurrencias muy distintas a las que acostumbro (creo que eso le viene de la mujer que me lo envió) mientras tomamos té y café con galletas.
Al final, todos deberíamos tener el derecho a un beso que nos cambie la vida, por lo menos un poquito.
Abrí el congelador para sacar algo rápido y por lo tanto no sabroso, pero entre las tortas de pollo y el whisky malo me encontré una masa de hielo un poco informe. Dejo la puerta abierta, y desde el desayunador me siento a mirar tratando de recordar qué carajos fue lo que metí ahí. Mientras pienso, decido hacer un poco de café, y cuando estoy terminando de encender el aparatejo ese, siento una voz que me dice "hola" por la espalda.
Conozco esa voz, estoy seguro que la conozco. Me vuelvo extrañado hacia el congelador y ahí está: la pelota de hielo medio desecha y de ella sólo se asoma una cabeza sonriente. "Claro, cómo me había olvidado de este personaje", pensé.
-Este... ¿no va a saludar?
Creo que no es necesario describir mi gesto de cansancio. Tomé asiento y lo observé fijamente. "Me sorprendió por un momento", le contesté.
-¿Cuánto tiempo ha pasado? Sabe, no siento el cuerpo, ¿no me puede ayudar a salir de aquí? No sé, pero imagino que bastante tiempo, digo, a juzgar por como ha crecido su barba. ¿Usted no se afeita muy seguido, verdad? No lo tome a mal, sólo es una observación casual, no es por criticar...
-Claro, observación casual... ¿Sus otros clientes nunca le han hecho la observación casual de que usted habla demasiado?
-Pues viera usted que no, pero un vez una cliente sí me dijo que a ella le gustaba que cuando la besaran...
-Mire, era sólo un decir, no me interesa la historia, gracias.
Me levanté a servir café. Saqué unas galletas de la alacena y me senté nuevamente.
-¿Y bueno? - Me pregunta el bicho semicongelado.
-¿Y bueno qué?
-¿Me ayudará a salir de aquí, cuánto tiempo a pasado?
En este punto, debo admitir que tuve dos sentimientos un poco contradictorios. Por un lado, al tener que pensar qué hacer con el famoso beso, y verlo ahí a la espera de mis decisiones y antojos, me sentí bastante satisfecho; pero eso me dio bastante miedo de mí. Es decir, me dio miedo mi cara de placer...
Por otro lado, también hay que decir que me dio lástima ese pobre servidor público, si se le puede llamar así.
-Han pasado, no sé, unas tres o cuatro semanas. Y la verdad, fue por casualidad que abrí el congelador. No me acordaba ya de usted. -le respondí mientras partía una de las galletas y sorbía mi café caliente.
-¿Eso qué significa?
-Significa lo que significa. La verdad no tenía pensado descongelarlo. Creo que me puede servir a futuro.
-¡No, por favor!, -dijo aterrorizado -¡Cuatro semanas!, en el trabajo me deben estar buscando, por favor, tengo esposa e hijos...
-¿Ustedes tienen esposa e hijos?
-Bueno la verdad no, pero me salió bien el papel, ¿cierto?
-Mmm... sí, la verdad casi le creo.
-Ahora sí le acepto la taza de café. La verdad, siempre he querido tomar café, pero como le decía nuestras políticas no lo permiten. Igual, en esta casa nada es como lo dice el manual; entonces no creo que a nadie le haga daño que me tome una tacita...
Ya tenía un brazo fuera del hielo, y con honestidad me empezaba a simpatizar este sujeto. La verdad, en algo tenía razón: toda la situación era bastante fuera de lo común, tanto para él como para mí.
-Hagamos algo, le sirvo un café si luego se toma un whisky conmigo.
-Yo no tomo, pero qué demonios, le acepto la propuesta. Sabía usted que un cliente en una ocasión, pidió que para su noche de bodas... -Interrumpió su historia, y me miró como pidiendo permiso para continuar.
Seamos claros, este beso es el último de los besos que me quedan de ella. Es la verdad, no sé si una promesa o una despedida. Por lo cual no lo echaré de mi casa, ni tampoco lo dejaré olvidado en el congelador. Siendo más francos, un poco de conversación no cae mal de vez en cuando en esta casa.
-Continúe su historia mientras le sirvo el café.
-¡Gracias!, bueno, como le decía, este cliente me pidió que...
Para no cansarles con el cuento, desde entonces duerme en mi escritorio, entre el reloj de arena y un pequeño bambú. Me alegra algunas noches con historias y ocurrencias muy distintas a las que acostumbro (creo que eso le viene de la mujer que me lo envió) mientras tomamos té y café con galletas.
Al final, todos deberíamos tener el derecho a un beso que nos cambie la vida, por lo menos un poquito.
Tuesday, December 18, 2012
Perspectiva
El celador le respiraba en la nuca, con la mirada saltándole sobre el hombro. Abrió la boca y con el aliento repulsivamente tibio y húmedo silbándole en la oreja le dijo: "Tenés un trabajo de mierda".
"Mi trabajo puede serlo, pero no me imagino la vida de mierda que vos tenés para preferir estar aquí sobre mi hombro" contestó ella serenamente.
"Mi trabajo puede serlo, pero no me imagino la vida de mierda que vos tenés para preferir estar aquí sobre mi hombro" contestó ella serenamente.
Sunday, December 02, 2012
Entrega puerta a puerta
Pónganse en situación. Domingo, noviembre, dos de la tarde, y de qué tarde. Llovizna de esa necia, que ni termina de venir, ni quiere irse. Frío, mucho frío. Maldito invierno y ese viento frío. Y yo, en el patio de la casa, con las manos bajo el chorro de la pila lavando ropa. "Me llevan mil demonios, ya no siento los dedos de la mano".
Cierro la llave y entro a la casa. Me duele la nuca del frío. Saco un cigarro de la bolsa de mi camisa, y justo cuando lo voy a encender alguien toca la puerta. Quizá no puedan entender porqué me sobresalta que alguien toque a la puerta, sino comprenden que la puerta de mi casa queda separada de la calle por la cochera y un gran portón de metal que siempre está cerrado. Es decir, para tocar a la puerta debe ser alguien con llaves, o alguien que se brincó el portón (O bien, alguien lo suficientemente delgado como para pasar entre los barrotes, pero ni siquiera yo puedo meter una pierna entre ellos).
Con cierta desconfianza me acerco a la puerta, y nuevamente la golpean desde afuera. Acerco mi oído y pregunto con cierto temblor en la voz: ¿Sí?
-Buenas. Busco al señor Francisco.
"Demonios ese soy yo", pienso. -Sí, ¿para qué asunto sería?
-Sí, es que le han enviado un beso.
Por un momento me quedo callado. La verdad me parecía una estupidez. Pero no había escuchado mal. Estaba seguro lo que escuché. Finalmente pregunté: "¿¡Qué!?"
-Sí, me enviaron, le enviaron un beso. ¿Va a abrir o me voy a tener que meter por debajo de la puerta?
-¿Si se puede meter por debajo de la puerta para qué quiere que le abra? -ya me empezaba a molestar este absurdo.
-Mmm... no lo sé. Porque es lo normal que me abra. Oiga, vea, yo no sé, así funciona esto, así ha funcionado siempre. Alguien manda un beso entonces me despachan a mí, llego a la puerta, toco, me abren y desaparezco. Así es como funciona el mundo, ¿Me va a abrir?
Ya para ese momento toda la situación era tan particularmente extraña, que la verdad abrí la puerta sin preguntar más. "Pase", a secas.
El famoso beso entró. Se quedó mirando alrededor y trataba de ver sobre mi hombro hasta la cocina. "Bonita casa". "Ajá".
-¿Y bueno?
-¿Qué?
-Usted es el que dice que así funciona el mundo, entonces yo pregunto: ¿Y bueno?
-Ah sí. Vea según el número de orden trescientos siete guión cuatro, se ha enviado un beso a el señor Francisco...
-Sí, eso ya lo dijo.
-Ah, perdón.
-Tome asiento. ¿No quiere un café? estaba por hacer un poco. - le dije mientras caminaba hacia la cocina.
-No gracias, no podemos tomar café, nos arruina el sabor. Pero si tiene un poco de té...
Volví a verlo sobre el hombro, y creo que fue con mi cara más poco amigable. Traté de fingir una sonrisa mientras le decía entre dientes: "Claro, un té..."
Se sentó en uno de los bancos de madera del desayunador, y sacó unos papeles. "Antes de proceder necesito completar unos datos que nos solicita la compañía. Para eso debemos llenar el formulario D-140-8. Evidentemente es la primera vez que recibe el servicio. Bueno, disculpe si es un poco ofensiva mi observación, pero creo que es evidente que..."
-No, descuide. Continúe con la formula y acabemos con esto lo más rápido posible, estoy lavando ropa.
-Está bien. ¿Dónde quiere que le coloque el beso?
-¿¡Qué!? No, ya esto es demasiado.
-¡No oiga, no se enoje! Así es como esto funciona, ya le dije. Es lo normal. La gente llama, manda un beso, nosotros venimos, y desaparecemos en el lugar que usted indique. Así ha sido desde tiempos inmemoriables. Antes era más complicado, porque teníamos que viajar por correo, y las cartas, los caballos, luego los barcos, los trenes... usted no sabe lo que es tener que pasar días colgando en un saco de correspondencia a que pase un tren, y peor en invierno, el frío, la lluvia, o los meses en la bodega de un barco, de aquí para allá, de aquí para allá...
-Bueno, bueno, en fin, ¿qué se supone que tengo que hacer?
-Nada. Yo me encargo de todo. ¿Dónde quiere su beso?
"¡Oh por dios, esto es demasiado absurdo!" -A ver... ¡en este plato!
-¡No!, digo, perdón. Ejemm... discúlpeme, no puedo hacer esas observaciones. Pero ¿no le parece muy raro que sea "en un plato" donde reciba usted el beso? Digo, alguien se tomó su tiempo para enviarlo y usted lo desea desperdiciar ahí...
-Pffff... En fin, ¿Dónde se recibe normalmente?
-Bueno, "normal" es un término muy amplio. Fíjese que en una ocasión, una señora me pidió, que como su amado siempre le daba besos en determinado lugar, ella quería que yo...
-¡No, no, no, no me cuente más! Déjelo en el congelador, yo luego veré que hago con él.
-¿En el congelador, señor? -me dijo con cara de angustia.
-Sí, en el congelador. Para que se conserve, luego veré qué hago con él.
-Bueno, pero en realidad el plato es un lugar muy original para recibirlo...
-No, lo quiero en el congelador. Fíjese que a usted le sentaría muy bien unas vacaciones, un poco frías sí, pero bueno, puede quedarse a la par del whisky que conservo ahí. Y si se aburre, puede tomar con confianza, al cabo que no creo que no le guste tomarse unos traguitos con el frío.
-Bueno... el cliente es el que manda...
Y se metió al congelador. De esto hace ya quince días, y hasta hoy que me serví un trago para cerrar la noche, recordé la escena. Tengo un beso tuyo congelado, junto al whisky, para las noches en que haga demasiado frío y estés tan lejos que no podamos ni hablar.
Cierro la llave y entro a la casa. Me duele la nuca del frío. Saco un cigarro de la bolsa de mi camisa, y justo cuando lo voy a encender alguien toca la puerta. Quizá no puedan entender porqué me sobresalta que alguien toque a la puerta, sino comprenden que la puerta de mi casa queda separada de la calle por la cochera y un gran portón de metal que siempre está cerrado. Es decir, para tocar a la puerta debe ser alguien con llaves, o alguien que se brincó el portón (O bien, alguien lo suficientemente delgado como para pasar entre los barrotes, pero ni siquiera yo puedo meter una pierna entre ellos).
Con cierta desconfianza me acerco a la puerta, y nuevamente la golpean desde afuera. Acerco mi oído y pregunto con cierto temblor en la voz: ¿Sí?
-Buenas. Busco al señor Francisco.
"Demonios ese soy yo", pienso. -Sí, ¿para qué asunto sería?
-Sí, es que le han enviado un beso.
Por un momento me quedo callado. La verdad me parecía una estupidez. Pero no había escuchado mal. Estaba seguro lo que escuché. Finalmente pregunté: "¿¡Qué!?"
-Sí, me enviaron, le enviaron un beso. ¿Va a abrir o me voy a tener que meter por debajo de la puerta?
-¿Si se puede meter por debajo de la puerta para qué quiere que le abra? -ya me empezaba a molestar este absurdo.
-Mmm... no lo sé. Porque es lo normal que me abra. Oiga, vea, yo no sé, así funciona esto, así ha funcionado siempre. Alguien manda un beso entonces me despachan a mí, llego a la puerta, toco, me abren y desaparezco. Así es como funciona el mundo, ¿Me va a abrir?
Ya para ese momento toda la situación era tan particularmente extraña, que la verdad abrí la puerta sin preguntar más. "Pase", a secas.
El famoso beso entró. Se quedó mirando alrededor y trataba de ver sobre mi hombro hasta la cocina. "Bonita casa". "Ajá".
-¿Y bueno?
-¿Qué?
-Usted es el que dice que así funciona el mundo, entonces yo pregunto: ¿Y bueno?
-Ah sí. Vea según el número de orden trescientos siete guión cuatro, se ha enviado un beso a el señor Francisco...
-Sí, eso ya lo dijo.
-Ah, perdón.
-Tome asiento. ¿No quiere un café? estaba por hacer un poco. - le dije mientras caminaba hacia la cocina.
-No gracias, no podemos tomar café, nos arruina el sabor. Pero si tiene un poco de té...
Volví a verlo sobre el hombro, y creo que fue con mi cara más poco amigable. Traté de fingir una sonrisa mientras le decía entre dientes: "Claro, un té..."
Se sentó en uno de los bancos de madera del desayunador, y sacó unos papeles. "Antes de proceder necesito completar unos datos que nos solicita la compañía. Para eso debemos llenar el formulario D-140-8. Evidentemente es la primera vez que recibe el servicio. Bueno, disculpe si es un poco ofensiva mi observación, pero creo que es evidente que..."
-No, descuide. Continúe con la formula y acabemos con esto lo más rápido posible, estoy lavando ropa.
-Está bien. ¿Dónde quiere que le coloque el beso?
-¿¡Qué!? No, ya esto es demasiado.
-¡No oiga, no se enoje! Así es como esto funciona, ya le dije. Es lo normal. La gente llama, manda un beso, nosotros venimos, y desaparecemos en el lugar que usted indique. Así ha sido desde tiempos inmemoriables. Antes era más complicado, porque teníamos que viajar por correo, y las cartas, los caballos, luego los barcos, los trenes... usted no sabe lo que es tener que pasar días colgando en un saco de correspondencia a que pase un tren, y peor en invierno, el frío, la lluvia, o los meses en la bodega de un barco, de aquí para allá, de aquí para allá...
-Bueno, bueno, en fin, ¿qué se supone que tengo que hacer?
-Nada. Yo me encargo de todo. ¿Dónde quiere su beso?
"¡Oh por dios, esto es demasiado absurdo!" -A ver... ¡en este plato!
-¡No!, digo, perdón. Ejemm... discúlpeme, no puedo hacer esas observaciones. Pero ¿no le parece muy raro que sea "en un plato" donde reciba usted el beso? Digo, alguien se tomó su tiempo para enviarlo y usted lo desea desperdiciar ahí...
-Pffff... En fin, ¿Dónde se recibe normalmente?
-Bueno, "normal" es un término muy amplio. Fíjese que en una ocasión, una señora me pidió, que como su amado siempre le daba besos en determinado lugar, ella quería que yo...
-¡No, no, no, no me cuente más! Déjelo en el congelador, yo luego veré que hago con él.
-¿En el congelador, señor? -me dijo con cara de angustia.
-Sí, en el congelador. Para que se conserve, luego veré qué hago con él.
-Bueno, pero en realidad el plato es un lugar muy original para recibirlo...
-No, lo quiero en el congelador. Fíjese que a usted le sentaría muy bien unas vacaciones, un poco frías sí, pero bueno, puede quedarse a la par del whisky que conservo ahí. Y si se aburre, puede tomar con confianza, al cabo que no creo que no le guste tomarse unos traguitos con el frío.
-Bueno... el cliente es el que manda...
Y se metió al congelador. De esto hace ya quince días, y hasta hoy que me serví un trago para cerrar la noche, recordé la escena. Tengo un beso tuyo congelado, junto al whisky, para las noches en que haga demasiado frío y estés tan lejos que no podamos ni hablar.
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